Los ultras, otra vez

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Juan Herrero | EFE

06 oct 2024 . Actualizado a las 17:26 h.

En la imagen más impactante de los últimos tiempos no hay ningún balón. Ni siquiera salen jugadores. Es el momento en el que parte de un asiento vuela a toda velocidad, girando en el aire, sobre la grada de Anoeta. Su trayectoria es una suerte. Porque si algún aficionado hubiera estado en su camino, no lo habría contado o lo habría contado mucho más adelante y con dificultades. Pero el circo no se paró. Los señores de la UEFA decidieron que el show debía continuar. El partido Real Sociedad-Anderlecht siguió como si no estuviera pasando nada. No vaya a ser que durante un rato se detenga la máquina del dinero. Eso es así. Y siempre lo ha sido. Históricamente, las grandes instituciones del fútbol no suelen mirar a los lados. Aquí, en Europa, siguen cerrándose colegios en ciertos lugares y determinados días porque resulta que llegan a la ciudad unos tipos amenazantes que van a cruzar calles y plazas con preferencia. Vigilados, pero con preferencia. Y, para evitar problemas, los que se quedan en casa son los niños, los vecinos, los que no tienen intención de atacar a nadie, los que solo intentan hacer su vida. ¿Cuándo acabará de desterrar el fútbol a esas gentes e incorporarse por fin al siglo XXI? ¿Por qué siempre va por detrás de otros deportes?

No faltan los que se escudan en el argumento de que los ultras malos son los de los otros, nunca los del propio equipo, a los que se les considera unos chavales traviesos, aunque muchos sean ya cuarentones. Recuerdo a alguien con un hijo descarriado al que le dijeron: «Será por las malas compañías». Respondió: «Eso dirán sus amigos de fechorías. Son las malas compañías porque va siempre consigo mismo».