Viñetas de la vida cotidiana. Una adolescente que se mira obsesivamente en los espejos, cristales o cualquier superficie reflectante. Una chiquilla de once años que afirma que le gustaría tener un cuerpo tan bonito como el de una amiga de su edad. Un muchacho al que le da vergüenza ir a la piscina porque se ríen de él por ser gordo. Un niño de diez años que decide hacer una dieta que ha visto en internet. Una chica que llora amargamente al salir de la peluquería porque no ha conseguido que su peinado se parezca al de su ídolo de k-pop. Un adolescente que vive en un centro de menores y afirma que necesita unas deportivas de 200 euros. Otro que añora los días en que, con motivo de la pandemia, ocultaba su rostro tras una mascarilla. Una joven que negocia intensamente con sus madres poder hacerse un tatuaje antes de los 16 años.
El cuerpo adolescente se halla inmerso en un proceso de intensa transformación. Durante la adolescencia se experimenta con un cuerpo en cambio: desde el cuidado al maltrato, de la exhibición al rechazo. El camino para identificarse con él es complejo y, para ello, pasa a ocupar el centro de la experiencia relacional. Por ello, no es extraño que lo corporal sea un elemento fundamental en los procesos de aceptación o exclusión durante la adolescencia.
La intensa experiencia corporal adolescente se ve matizada en la actualidad por diversos factores. El cuerpo de los jóvenes se constituye como referente. Así, el cuerpo que niños, niñas y adultos desean tener es un cuerpo de hechura adolescente. La imagen propia se reproduce de forma masiva a través de medios digitales. La pulsión a mirar y ser mirado a través de las redes sociales domina la vida cotidiana. El cuerpo puede ser sometido a diferentes procesos de transformación, de modo que no solo evoluciona de manera espontánea, sino que, en cierta medida, la cirugía, la química y las técnicas de ornamentación permiten intervenir sobre el mismo. Existe todo un mercado alrededor de la transformación corporal, que va desde el skin care de las púberes a la generalización del gimnasio como espacio central de la vida adolescente. Los cuerpos pre-puberales son erotizados por el mercado, como se puede ver, por ejemplo, en los bikinis con relleno en tallas infantiles. Observamos así cómo se ha ido dando un fuerte desplazamiento desde el cuerpo sentido, como sede de la experiencia emocional, hacia el cuerpo representado, como lugar de la apariencia.
El mandato social de uniformidad corporal tiene un coste muy alto en términos de salud emocional. En el informe de Unicef sobre el impacto de la tecnología en la adolescencia, entre otros muchos datos, se estudia cuáles son los motivos percibidos por los adolescentes como desencadenantes de acoso. Los diez más nombrados por los jóvenes son, por este orden: ser transexual, la obesidad, la homosexualidad o bisexualidad, tener alguna discapacidad, la anorexia o bulimia, el color de piel, ser diferente, ser inmigrante, tener pocos recursos económicos y ser gitano. Así, el principal motivo de señalamiento y exclusión convergería alrededor del cuerpo. Otros fenómenos indeseables que afectan a la relación de los adolescentes con su cuerpo son el aumento de los trastornos de conducta alimentaria y la aparición de autolesiones en edades tempranas.
La exigencia de someterse a unos estándares físicos siempre es dolorosa, pero durante la infancia y la adolescencia resulta particularmente cruel. La atención, cuidado y respeto hacia los cuerpos en esta edad es especialmente importante. Por ello, los cuerpos adolescentes deberían ser celebrados como una muestra de la diversidad y los procesos de cambio. Todos los cuerpos: cuerpos racializados, cuerpos gordos o delgados, cuerpos trans y cuerpos cis, cuerpos altos y bajos, cuerpos con diversidades funcionales. Todos ellos experimentarán el placer y el dolor, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Cuerpos que los acompañarán a lo largo de toda la vida y darán testimonio de su historia. Cuerpos que se deberían entrelazar en la construcción de una comunidad. Enseñar a cada joven a sentir, cuidar y respetar el propio cuerpo y el cuerpo de los demás se ha convertido en una labor central en los albores de una era digital.