Interiorizada como tenemos en Galicia la brutal dimensión de nuestra diáspora con cientos de miles de paisanos disparados por el mundo a diestro y siniestro y en oleadas sucesivas, el insistente afán por la galeguidade de Colón entronca con una tradición que busca el gen de Breogán en muchos ilustres que poblaron la tierra. Puede que la apuesta más audaz fue la que convirtió a Mijaíl Gorbachov en el poderoso nieto de un emigrante de Valdeorras llamado Antón Corbacho que en 1917 hizo el petate y acabó enredado en los koljoses que sustentaron la revolución bolchevique. El padre de la perestroika se llamaría en realidad Miguel y por algún motivo misterioso decidió mantener oculta su verdadera identidad galaica hasta que su muerte zanjó el debate.
Más trabajada que la del dirigente soviético parece la vía galega del origen de Colón, de la que se vuelve a hablar estos días. De todos los indicios, asombra sobre todo el de la toponimia que daría pistas del nacimiento del marino en Poio, quien, tras borrar los nombres con los que los habitantes de América se referían a sus lugares, les endosó un rosario de indicativos en apariencia íntimos. Los primeros que eligió nada más pisar tierra fueron San Salvador, Santa María de la Concepción y Porto Santo, que, oh milagro, coinciden con los nombres de su parroquia de nacimiento, su patrona y el lugar concreto en el que, según esta tesis, había nacido Cristóbal.
La tesis Corbacho resultó ser incierta y la del Colón de Poio se resiste a ser confirmada, así que el gran sueño húmedo de quienes reclamamos un lobi de la galeguidade preside los Estados Unidos y se llama Josiah Bartlet. De su boca salen unas líneas de guion que soñamos con escuchar algún día en la Xunta o la Moncloa. Le pone carne Martin Sheen, hijo de Francisco, nacido en Parderrubias. Para nosotros, Ramón Estévez. Todo un galego.