Ganó Donald Trump y, de repente, América entró en una «era dorada». Tan hiperbólico como un pregonero de fiesta de exaltación del orujo tras la cuarta cata, más naranja que nunca, el neoyorquino prometió «arreglarlo todo».
En ese momento, el escenario de Palm Beach se trasladó a la praza do Obradoiro. Y en mi cabeza sonaron mil gaiteiros y los ecos de una época, los años 90, en la que Galicia era «o mellor país do mundo».
La semana pasada le dieron a Manuel Rivas el Premio Nacional de las Letras Españolas. Y la noticia me llevó a mi pequeña biblioteca. Había varias obras del gran escritor coruñés. Cogí y empecé a releer el Galicia, Galicia, una colección de textos periodísticos publicados en su día en La Voz (sobre todo) y en otras cabeceras. En ella se retrata, con mucho humor y dosis de fantasía, a nuestra comunidad como «O conservador país onde case non existen os conservadores» (aquel artículo le hizo ganar el premio Fernández-Latorre). Y a su presidente, Fraga, como un precursor del populismo mediático que luego hizo famoso Berlusconi.
Con muchas salvedades, aquel Don Manuel literario de Rivas, autoritario y tierno a la vez, capaz de llamar «querido amigo» a cualquier gallego y de emprender misiones audaces y estrafalarias a la vez que hacía una monumental queimada, sirve para entender la figura de Trump. Y un poco su éxito.
El millonario neoyorquino un mentiroso compulsivo, pero también un poderoso comunicador, un animal televisivo que le habla a los ciudadanos estadounidenses como si estuvieran en el bar y él compartiera sus problemas económicos. Lo hace casi perfecto para estos tiempos de indignación y redes, en los que los relatos devoran a los datos.