Llevamos unos cuantos años declarando la muerte en vida de las redes sociales. Facebook es un cadáver andante, solo lo usan 3.000 millones de «viejos» en todo el mundo. Twitter era una ruina que ya no influía nada antes de que la comprara Elon Musk por 40.000 millones. Ahora, devaluada, transmutada en X y repleta de discursos de odio, sigue moviendo el mundo (lo acabamos de ver con la elección de Trump). A YouTube le quedaban dos telediarios desde la irrupción de TikTok, pero es el principal distribuidor de música del mundo y en España es la tercera plataforma más utilizada para ver «televisión conectada», por delante de Disney o Movistar. Y ha sido decisiva para las recientes elecciones en Estados Unidos.
Podíamos citar también a Snapchat, Pinterest o BeReal, dadas por amortizadas y que ahí siguen, con millones de usuarios activos. Su cotización varía según su desempeño en la guerra por vampirizar nuestra atención. Pueden declinar o ser despreciadas, pero que se extingan o cesen su actividad es una anomalía histórica.
También es poco frecuente una estampida como la que se ha producido de la polémica X hacia la emergente Bluesky. Se habló de un éxodo de millones de usuarios, pero en realidad muchos usan y usarán las dos plataformas. Las redes se parecen a las cucarachas: sobreviven, persisten y vuelven.