Si uno fuera un cínico diría que no tienes más que sentarte a la puerta de tu casa para ver pasar a tu político esposado hacia la cárcel por robar. Que no es más que una cuestión de tiempo. Porque incluso ahora, que con tantos medios de control parece imposible que el delito pase inadvertido, siguen cayendo uno a uno en la tentación, como en la fábula del escorpión y la rana. Es el instinto. En los años sesenta, con Franco, tuvimos a su hermano Ramón robando el aceite de los depósitos de Redondela y a numerosos ministros embadurnados del timo inmobiliario de Sofico o de los telares de Matesa. Ya con el primer Gobierno del PSOE, cuando Felipe González se paseaba en el Azor, afloraron las empresas fantasma Filesa, Malesa y Time Export, que financiaban al partido, y lo de la sede de Génova de los populares, con las cajas de puros llenas de billetes de las que Mariano aún no ha dado ninguna explicación.
Ser político y robar es como ser bombero pirómano, cura pederasta o zorro en el gallinero. Por eso no se entiende bien esto de Ábalos. Porque el escorpión y, por ejemplo, Sito Miñanco, lo llevan en los genes y no lo pueden evitar. Pero, hombre, un concejal de tu pueblo que va haciendo carrera y llega alto y acaba de ministro... ¿para terminar en la trena? ¿De verdad?
Yo quiero políticos para que me faciliten la vida y así poder dedicarme a otras cosas, la lectura, el aperitivo, una pachanga de futbito. Pero si los tengo que estar vigilando no me compensa. Que se quiten todos ellos que ya me pongo yo.