Tras conocerse lo ocurrido aquella fatídica madrugada de julio en la que una jauría le arrebató la vida de una paliza a Samuel Luiz, fue inevitable pensar en la impávida reacción de los que fueron testigos silenciosos del asesinato. Todos esos chicos y chicas que decidieron ver, oír y callar. Los que tal vez pudieron evitar esa tragedia.
¿Y si su hijo o mi hija hubiesen estado allí? ¿Habrían sido capaces de actuar para detener esa masacre? Ese pensamiento me estremece porque es difícil creer que no exista empatía entre un grupo de jóvenes que salen una noche a pasarlo bien. Y entre aquel tumulto que presenció en primera fila cómo le destrozaban la vida a una familia entera, seguro que había gente buena que simplemente no supo cómo actuar.
Esos presuntos culpables llevarán siempre en la conciencia las consecuencias de su inacción. Aprendieron que no vale callar porque el silencio también te hace cómplice.