La finitud de lo humano

Miguel Ángel Escotet CATEDRÁTICO EMÉRITO DEL SISTEMA DE LA UNIVERSIDAD DE TEXAS Y PRESIDENTE DE AFUNDACIÓN

OPINIÓN

AFUNDACIÓN | EUROPAPRESS

29 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Concédele al poeta,//si la humildad no lo ha abandonado,//las palabras justas para su tarea: no decir lo que se espera//sino//ser vocero//de la más oculta necesidad.

Este poema Musa— escrito por mi querido Rafael Cadenas, Premio Cervantes 2022, incluido en su libro Cuando nace el poema, concentra en breves términos la necesidad profunda de la palabra poética.

 La poesía ha contado la historia del hombre desde sus orígenes. Está entre nosotros, incluso antes de que pudiéramos nombrarla. Existe como respuesta a la finitud de lo humano, a nuestra vulnerabilidad como especie. En el despertar de la humanidad, la poesía nos sirvió de vínculo con el mundo mitológico y místico, en las civilizaciones clásicas el poema era el nexo que unía al ser humano con los dioses. Nos acompañó también en nuestra relación con la naturaleza y el planeta y en el vínculo que establecemos con la propia sociedad, con otras personas y con nosotros mismos. Qué duda cabe de que los procesos líricos, íntimos, intra e interpersonales encuentran en el lenguaje poético su máximo esplendor.

Y así, hemos ido poniendo sobre la poesía toda la indecisión del mundo, aquella que emana de nuestros procesos exploratorios. La palabra poética es parte de un tejido que nos conecta más allá de cualquier época histórica, es un lenguaje ancestral, común a todos los tiempos y a todas las civilizaciones. No es posible concebir un mundo sin poesía porque tenemos muy pocas certezas y demasiadas incertidumbres. Así es que nuestro tiempo, esta insegura y sobrecogedora segunda década del siglo XXI, con más de 50 conflictos bélicos en el seno de las «Naciones Desunidas», parece haber decretado el fin de los ideales, del pensamiento deseable de una sociedad colaboradora, compasiva y diferente. La exigua minoría civil no alcanza a levantar su voz ante el atronador ruido del silencio de la mayoría lanar, que semeja impasible ante la erosión de los recursos del planeta, y el consumo rápido y veleidoso que parece haber doblegado las voluntades, el esfuerzo en el trabajo y el pensamiento solidario.

Entonces, realmente, ¿hemos olvidado la deontología y la belleza, abandonándonos a un mundo pleno de incertezas y egoísmos? Solo la memoria poética, aquella que alienta los afectos y pone por delante al corazón, puede atenuar el desconsuelo de este umbral vacilante, volátil y caprichoso de nuestro tiempo.

La poesía es la expresión sensible de un mundo que filtramos a través del conocimiento, nos ayuda a entender y comprender desde la experiencia estética, nos arroja a pulsar la realidad para trastocarla, desarmarla, reconocer sus camuflajes y trascenderla, acabando, quizá, por discernir todos los enigmas de la vida porque la realidad del ser humano es, en su fondo, poética. Lo resumía muy claramente Octavio Paz cuando, en su última entrevista ofrecida a Guillermo Sheridan en 1997 con motivo de la aparición del primer volumen de sus Obras completas, decía: «De ahí viene la paradoja de la poesía, que es la memoria de los pueblos, pero también es aquella parte secreta del alma de cada ser humano que refleja o, mejor dicho, que es capaz de perfilar el futuro».

Cada año, nos damos cita al amparo del Premio de Poesía Afundación para celebrar el acto poético y reconocer la labor de los poetas. Sus palabras, sus versos, sus corazones tienen esa capacidad de perfilar el futuro, pues logran atemperar las almas, fortalecer la voluntad y hacernos disfrutar, también, de la belleza de un mundo por veces convulso y, ciertamente, conmovedor. Con cada verso dan respuesta a nuestra vulnerabilidad como linaje, evidenciando la necesidad del acto poético, soportando la finitud de lo humano. Porque escribir poesía es, de alguna manera, renacer a través de la palabra. Así lo expresa Miguel Rodríguez Monteavaro, el poeta ganador de la presente edición número XXII de nuestro premio, con su obra, Cortar pescado en Manila. Dice así:

Para recomponer las cenizas de uno mismo

hay que saber cómo fue//quemada la materia de la que surgieron.//Teniendo conciencia de las razones de la combustión//se va a poder renacer.

En esa misma línea, me dirijo a los poetas pues, muy modestamente, tengo corazón de trovador y por ello quiero alentar su oficio. Reivindico la poesía porque, en este tiempo de incertidumbres, es un acto de compromiso y de lealtad. Compromiso con el contexto social del que todos somos responsables, lealtad con uno mismo, con la sociedad, con el planeta, con todo el sistema de valores que hacen sobresaliente a una sociedad, con el pensamiento creativo, con las emociones. Estas son el único límite de la poesía y son, afortunadamente, ilimitadas. Escribir poesía es también un acto de humildad, un ejercicio de análisis crítico, un gesto de valentía, parafraseando nuevamente a Octavio Paz, «es conocimiento, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, un método de liberación interior». La poesía es el noble afán que reemplaza el gatillo por el amable uso de la pluma, es capaz de trascender más allá del futuro y es por ello que nunca podrá dejar de evidenciar la finitud de lo humano.

Mensaje a los poetas de Miguel Ángel Escotet, con motivo del XXII Premio de Poesía Afundación a Miguel Rodríguez Monteavaro.