Cloe tenía quince años. Su exnovio la mató de una puñalada en el cuello porque no aceptó que su chica hubiese puesto fin a un año de torturas. Ocurrió el pasado domingo, el mismo día que se hacía justicia por el crimen de Samuel Luiz. Un jurado popular confirmaba que tres salvajes eran además unos asesinos que habían acabado con la vida de este joven a golpes, una paliza que podría haber tenido otro final de no haber contado con la complicidad de un cuarto colaborador. A Diego Montaña, Alejandro Freire, Kaio Amaral y Alejandro Míguez los ha culpabilizado un tribunal por su indudable maldad, pero también han dictado sentencia unos españoles que se encargarán de que «no levanten cabeza», «acaben igual que Samuel» y «no vuelvan a ver la luz del sol».
Eso decían algunos en X, la red social más ponzoñosa de internet. Analizando esas cuentas que enaltecen la violencia —porque lo es aunque los ataques se dirijan a criminales—, parecían cortadas por el mismo patrón: de la dana es responsable Pedro Sánchez, Trump le devolverá el brillo a América y a Rita Maestre no hay quien la crea. Cloe fue la última mujer que en España murió porque un hombre así lo quiso. Van ya 42 víctimas este año, y pese a todo cuesta encontrar mensajes testosterónicos cargando contra los monstruos que apalizaron o acuchillaron hasta la muerte a sus hijas, novias o unas chicas que ni siquiera conocían.
Muchos han aprovechado la sangre de Samuel para mostrar su peor cara. Es hasta comprensible que las bajas pasiones salgan a flote ante hechos tan deleznables, y que incluso se cuestione un fallo que ha dejado a una de las acusadas libre como el viento. Lo que habría que revisar es por qué aquellos que piensan que Katy Silva «debería pudrirse en la cárcel» aprovechan para hacer una carambola imposible mezclando churras con merinas. De la ya absuelta se ha dicho que si fuera hombre estaría presa porque «en la España que vivimos la discriminación por razón de sexo es nuestro pan de cada día», que iba vestida al juzgado como quien va a tomarse tres cubatas o que su exculpación se debe a que el sistema judicial está «corrompido hasta el tuétano por la política de impunidad total de una mujer ante cualquier delito».
Que Katy Silva pagará una condena social de por vida deja poco margen a la duda, y celebrar su ostracismo es una elección. Pero quien disfrute deseando el mal ajeno, que lo haga por convicciones morales, y no por su ropa, su actitud, ni mucho menos por su género.