Los crímenes de violencia de género

Jorge Sobral Fernández
jorge sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO

OPINIÓN

Imagen de archivo de una protesta contra la violencia de género
Imagen de archivo de una protesta contra la violencia de género PEPA LOSADA

09 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Pocos días atrás, Javier Armesto tuvo el acierto de arrear aquí un aldabonazo, solicitando nuestra atención sobre algo a menudo preterido, casi olvidado: los asesinatos, a veces de un sadismo impactante, cometidos por mujeres. Nos recordaba sucesos recientes en Cortegada, Paderne y Toledo, a cuál más escabroso. Bueno es tener presente que los varones no disponemos del monopolio de la maldad, ni en propiedad ni en arrendamiento. En ninguna de sus versiones; ni siquiera en las que nos asoman a las grutas más lúgubres de la perversidad. Y, más allá de miradas patriarcales, feministas o de cualquier otro filtro, las mujeres también matan. Claro que sí. Pero lo hacen mucho menos.

Las diferencias son de rango tal que aquí no hay «brecha de género», más bien un socavón de padre y señor mío (nunca mejor dicho). Da igual que uno consulte fuentes de la ONU, de Eurostat, del INE español: los datos son abrumadores, con pequeñísimas diferencias entre sí. Alrededor del 90-95 % de las muertes violentas en cualquier rincón del planeta son causadas por varones. Tampoco convendría ignorar, en aras de una suerte de «justicia de género» un pelín más sofisticada, que los hombres en el pecado llevan la penitencia: esto es, aproximadamente, ¡el 85 % de las víctimas de asesinato son también varones! Bien. Así, respecto al homicidio en general.

Sería muy pertinente echar un ojo a esas cifras cuando hablamos de violencia con resultado de muerte dentro de las parejas. Sin ir más lejos, datos recientes de estudios de nuestro Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género: en los crímenes de pareja vistos en nuestras Audiencias Provinciales en el 2021 y el 2022, el 88 % de los autores fueron varones, y «solo» el 12 % fueron mujeres. Valgan esas comillas para indicar que el supuesto en el que ellas asesinan a su pareja es muy minoritario, pero está lejos de ser irrelevante. Y, por supuesto, merece un estudio tan esmerado y riguroso como el que más. Pero, al tiempo, estas desproporciones aclaran la mayor atención, escándalo incluido, provocado por los crímenes machistas.

Y ello es así con independencia de los climas ideológicos, corrientes culturales o temas de agenda pública que estén más o menos de moda. Ni siquiera la fecunda Criminología Feminista (Carol Smart, por ejemplo, en su brillante polémica con Freda Adler y Rita Simon, acerca del rol de la emancipación femenina en el futuro de la delincuencia de las mujeres) discute los datos. Por cierto, y dicho sea de paso: es evidente el error de aquellos, muchos que pronosticaron hace 40-50 años que la «igualdad» de la mujer igualaría las tendencias delictivas a las de los varones. De eso, hasta ahora, muy poco, o nada.

Dejaré para otro día el análisis de las posibles explicaciones del socavón de sexo/género. Pero, para ir matando el gusanillo, un aperitivo. Si hablamos de estudios acerca de los ecosistemas sociales en los que se desarrolló la biografía de las mujeres presas hoy, la foto es familiar: pobreza, déficits educativos brutales, falta de referentes prosociales, ínfima cualificación profesional, drogodependencias. Se parece como gotitas de agua a los ecosistemas en los que germina la criminalidad masculina. Y, en muchos contextos, ellos y ellas están expuestos a esos factores de riesgo con gran similitud. Por tanto, es difícil que esa ostra oculte la perla que alumbre la diferencia. Si hablamos de factores personales, de con qué equipaje cognitivo/emocional nos asomamos al mundo cada uno de nosotros (estudiados ampliamente por brillantes colegas de la USC, y con muestras autóctonas), resulta entonces que las mujeres criminales son: impulsivas, incapaces para demorar la gratificación, para invertir en su futuro, son presentistas, actúan como si el mañana no existiera, son desinhibidas, ávidas de sensaciones fuertes, insensibles al miedo, a veces iracundas como el fuego, a veces frías como el hielo; a menudo con fabulaciones paranoides, de mis males siempre otros son culpables, o con cierta indigencia cognitiva, o narcisistas, o maquiavélicas. Y unas cuantas cosas más, que ya no caben aquí. Pero ¿saben lo más interesante? Resulta que ese patrón de las delincuentes es casi idéntico al de los delincuentes. Con una diferencia decisiva: ese perfil individual es mucho menos frecuente en mujeres que en varones en la población general. ¿Razones? Hay varias candidatas al trono.

Hablaremos de ello. Valga por hoy recordar a mi sabia abuela Concha, que un día explicó mejor que yo todo esto, cuando me dijo: «Jorgiño, non te esquezas, cando unha muller é mala, é tan mala como un home... Ou case». Pues igual va a ser eso.