El juego de «a chave», los gallegos y el ferrocarril

Ricardo Pérez y Verdes FUNDADOR Y DIRECTOR DEL MUSEO ETNOLÚDICO DE GALICIA (MELGA).

OPINIÓN

CESAR TOIMIL

12 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay muchas formas de ser gallego. Además del valor incuestionable y referencial de la lengua, estaría el lenguaje lúdico que, sin duda, genera patrones de conducta y crea vínculos emocionales permanentes, que se transmiten generacionalmente hasta constituirse en patrimonio cultural, convirtiéndose en seña de identidad. Tal es el caso los juegos tradicionales que, cargados de mitos y ritos, hacen de que quienes los practican una «tribu» reconocible en cualquier lugar del mundo, favoreciendo su idiosincrasia y transformándose en historia viva, pues como bien decía Cunqueiro «cada experiencia es un capítulo de nuestra historia».

Tanto es así que la identidad gallega, reconocible por sus rasgos típicos, originales y trascendentales en la cotidianidad de lo imperecedero, lo es también por el inagotable manar de sus juegos tradicionales, fuente de la que bebe una buena parte de la población, la cual reivindica su lugar en el paisaje que nos dibuja como pueblo de hondas raíces y asentadas tradiciones. Baste con decir que Galicia es una de las comunidades que más juegos tradicionales alberga y cuyo origen, en la mayoría de los casos, se remonta a la Edad Media y a sus raíces castrejas. Según un estudio realizado por el Museo Etnolúdico de Galicia (Melga), se conservan más de 200 juegos y deportes tradicionales. Hay que reseñar que cientos de asociaciones y entidades culturales, como es el caso del Melga, se encargan de fomentar su práctica con el fin de contribuir a su supervivencia, ya que con ello preservan el patrimonio inmaterial e identitario del pueblo gallego.

Con ánimo de describir la capacidad regenerativa, no exenta de cierta funcionalidad, de los juegos tradicionales, destacaría el que resume mejor que ningún otro la pervivencia del carácter lúdico de nuestra gente: «a chave», uno de los juegos tradicionales más extendidos y populares, junto con la billarda y bolos, de Galicia. Un juego autóctono que suma varias décadas de historia a sus espaldas y que se remonta a la Revolución Industrial (mediados del siglo XIX). Según parece, tiene su origen en los trabajadores del ferrocarril que aprovechaban sus descansos para ejercitar su puntería contra una llave, empleada para unir las traviesas con los raíles, de ahí que el juego se llamara en un principio «llave de vías».

En Galicia existen tres modalidades, atendiendo al lugar dónde se juegue: chave da lengua u hoja, típica de A Coruña y Santiago; chave de horquilla o hélice, practicada en Ferrol, y chave de aspa, propia de Pontevedra y Ourense. Según la modalidad, el juego puede practicarse en equipos o por parejas. Este juego de lanzamiento de precisión consiste en arrojar unos pellos (discos redondos y planos) sobre una llave para hacer girar las aspas o derribar la lengua, que se sitúa a una distancia mínima de 10 a 15 metros.

Valga, pues, el testimonio de la chave como fenómeno identitario y reconozcamos que los juegos que juguemos son los que nos definen.