Aldama

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

17 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Canta Adrián Berra que quien camina en paralelo a una cornisa sabe que una brisa puede tirarlo al suelo. El peligro es tentador. No sé quién afirmaba que es un remedio para el aburrimiento. Los más audaces suelen minusvalorar las amenazas. Hay un refrán que dice que quien ama las situaciones de riesgo acaba pereciendo en ellas. Hay peligros de muchas clases. Unas veces se manifiestan de forma clara, otras están más ocultos. En la política, también. Los más comprometidos son aquellos que se derivan de dejarse llevar por los conseguidores. Esos que parece que te solucionan todos los marrones sin querer nada a cambio. O que están dispuestos a dilatar los cobros como gesto de generosidad. Esos del hoy por ti, mañana por mí. Los que tanto amañan un piso para una querida como logran una partida de mascarillas a precios de amigo en los mercados lejanos fuera del alcance del rigor de los decretos. Los Aldama y compañía siempre acaban llevando a la perdición de quien confía en ellos. Además, suelen ser personajes que se pegan como lapas en las fotos menos oportunas. Todo suele ir bien mientras el viento sopla a favor, pero tan pronto algo se tuerce, estos personajes se vuelven incómodos y de solución pasan a problema y de problema a perdición. Parece que estamos condenados a llevar una pesada piedra de la corrupción sobre nuestra conciencia colectiva. Cuando no son unos, son otros. Como si no fuésemos capaces de sacarnos de encima esa eterna condena tan bien expresada en La vida del Buscón: «Quien no hurta en el mundo no vive». Es imposible librarse de los tojos entre la fina hierba que debería crecer en la pradera de la ética.