La estela que deja el caso Pelicot

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Gisèle Pelicot, a su llegada a los juzgados de Aviñón para escuchar la lectura de la sentencia.
Gisèle Pelicot, a su llegada a los juzgados de Aviñón para escuchar la lectura de la sentencia. Manon Cruz | REUTERS

22 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Al final, dedicarse a la producción industrial de violaciones no sale tan caro. Sí, veinte años. Que no son nada, que diría el tango, y lo son todo. Esa es la pena impuesta a Dominique Pelicot. Él estuvo organizando agresiones sexuales a su mujer durante, al menos, unos nueve años. Le caen veinte. Pena máxima. Otros condenados ni entrarán en la cárcel porque, supuestamente, los voluntarios del chat «Sin su conocimiento» no sabían que la víctima estaba sedada cuando disponían de su cuerpo sin que ella reaccionara. Pero, a falta de recursos, hasta ahí llega la legalidad. Y la manta, sinceramente, se queda corta, muy corta. Se enfrían los pies y el alma. Pero incluso en esa situación se agiganta la figura de Gisèle Pelicot. Primero fue su valentía para dar la cara en el proceso. Luego su serenidad para asumir la sentencia, reivindicando a todas. Este diálogo entre el mal y la dignidad no puede quedarse en un asunto teórico. Pena máxima será si todo este huracán se reduce al revoloteo global alrededor de un suceso que golpeó estómagos y corazones pero que no llegó a dejar huella en las leyes francesas ni en la conciencia colectiva de la sumisión química, del consentimiento y de la cultura de la violación. Francia vive tiempos convulsos, en pleno terremoto político y social, pero eso no debería ser excusa para pasar página como si nada hubiese ocurrido. Habrá que seguir de cerca lo que ocurre en el país galo. Porque, lamentablemente, las mujeres no suelen ser la prioridad en la agenda. Más bien son vistas como el postre del menú. Y de esa siembra se recogen los horrores cotidianos. Esos que parecían propios de callejones oscuros. Esos que transforman la propia casa en el infierno.