Broncano y Lalachus triunfaron en Nochevieja. Cumplieron los pronósticos que hizo alguien que sabe bastante de tele y campanadas, Ramón García. Hacía falta humor. Era necesario quitarle liturgia a lo que es una fiesta, el cambio de año. Lo demuestra también el éxito recurrente de Cachitos en la 2 con su música nostálgica y sus rótulos implacables, cargados de ironía y retranca.
Los ofendidos de siempre, los autoproclamados guardianes de la moral, no hicieron propósitos de enmienda con la llegada del 2025. La ultraderecha, siempre exagerada, hizo campaña en las redes contra Lalachus. Convirtió la palabra «gorda» en tendencia. Y denunció una supuesta blasfemia por haber sacado la humorista una estampita de la vaca del programa Grand Prix. La protesta es una astracanada, un timo. Pero acabó en los juzgados. En un país normal, le darían carpetazo. En el nuestro, con ciertos togados ávidos de protagonismo, veremos.
Durante mucho tiempo en España padecimos la excesiva influencia de la religión en la sociedad. Algunos no han sabido pasar página y demuestran su intolerancia cuando invocan eslóganes inquisitoriales como «con Mahoma no hay huevos». Insinúan que les gustaría poder hacer con muchas personas lo que los talibanes de Afganistán hacen con las mujeres: condenarlas al silencio público y enclaustrarlas.