
Que a estas alturas del año, una de las mayores preocupaciones de algunos sea una estampita de la vaquilla del Grand Prix revela mucho acerca de cómo carbura esta sociedad polarizada donde los matices no existen y del sesgo que alimentan las redes sociales. Con el bullicio de la Nochevieja, entre turrones y copas, en muchos hogares de España ni se habían enterado de la supuesta ofensa religiosa cometida por Lalachús antes de las campanadas al mostrar, entre bromas, una figura del cristianismo. Al denunciarla y poner la lupa sobre ella, algunos sectores ultracatólicos han conseguido un nuevo caso del llamado «efecto Streisand», que consiste en dar una publicidad inusitada a algo que, al mismo tiempo, se desea ocultar y censurar. Una imagen que, a su entender, es repudiable y de la que casi nadie se había percatado se propaga ahora en todas partes. Tal vez el plan haya salido mal, como le ocurrió a Barbara Streisand cuando se querelló por la difusión en internet de una fotografía de su mansión de Malibú que apenas habían visto cuatro gatos y lo que logró fue que se replicara millones de veces. O tal vez las sensibilidades heridas sean más políticas que religiosas contra un programa entretenimiento de TVE que, inesperadamente, se ha convertido en un éxito televisivo para tristeza de quienes solo quieren ver en él la encarnación de todos los males.