Con las noticias se me viene mucho a la cabeza aquel verso-oración, de T. S. Eliot, poeta y premio Nobel de literatura: «Enséñanos a que nos importe y a que no nos importe». Enséñanos a que no nos dé igual la libertad de los venezolanos, ni los muertos judíos, palestinos, ucranianos o rusos. Enséñanos a que nos importen miles de niñas violadas en Gran Bretaña por bandas pakistaníes, hijas de familias modestas o problemáticas. Me importaron en su día e incluso vi un reportaje o un documental que me revolvió, pero ya lo había olvidado. Quizá di por supuesto que el Gobierno británico habría protegido a las víctimas y que habría castigado a los culpables. Y estaba equivocado, porque el periodismo incumplió su misión y dejó de dar seguimiento a la noticia.
A raíz del anuncio de retirada de Justin Trudeau, uno de los paladines de las ideas woke, en algunos circuitos conspiracionistas se le acusó de comportamientos sexuales como los de su padre, Pierre Trudeau, que también fue primer ministro canadiense. Pregunté a varias IA por estos antecedentes y todas me largaron, de entrada, un sermón: oiga, que no se puede hablar a la ligera de eso, porque, de hecho, ni han sido verificadas esas conductas, ni nadie acusó jamás a Trudeau de tales fechorías, ni hay sentencia alguna contra él. Les pedía datos y me dieron moralina. También Grok, la IA de Elon Musk. Les contradije: hay una señora, víctima de trata desde niña, que acusa públicamente a Trudeau y a David Rockefeller. Admitieron entonces el caso de la belga Anneke Lucas. Difícil de corroborar, añadieron. Quizá porque en esos circuitos pedófilos de alto nivel matan a los niños después de usarlos. «Enséñanos a estar sentados tranquilos».