Es una de las noticias más esperadas para el 2025: el posible alto al fuego en Gaza tras 15 meses de bombardeos constantes a la población palestina. La confirmación, por parte de las autoridades cataríes, de que puede iniciarse el 19 de enero ha hecho surgir grandes expectativas, pero se impone una cautelosa prudencia, dado que Tel Aviv ha manifestado que todavía quedan por cerrar algunos puntos del pacto.
Si por fin se logra el cese temporal de las hostilidades, se daría inicio a un proceso por etapas. En la primera, que comenzaría el próximo domingo y se extendería durante 15 días, se llevaría a cabo el intercambio de 33 cautivos israelíes por 1.000 palestinos. Israel permitiría además la llegada de suficiente ayuda humanitaria, mientras procede a la retirada paulatina de sus efectivos en Gaza. Durante este tiempo, Israel seguiría manteniendo una zona de amortiguamiento de 800 metros dentro de la franja gazatí, desde Rafah, en el sur, hasta Beit Hanum, en el norte. Dos semanas después se daría comienzo a la negociación para el intercambio del resto de los prisioneros, incluidos los cadáveres de los fallecidos. En este momento se permitiría a los palestinos desplazados al sur regresar a sus hogares en el norte.
El fin a esta última fase violenta en el largo conflicto árabe-israelí supondría el broche de oro al mandato de Biden tras meses de caída en picado en la satisfacción de los votantes norteamericanos. Sin embargo, su viabilidad sigue siendo más que cuestionable. La campaña israelí contra Hamás ha dejado muy debilitada a esta organización, pero todavía no ha acabado por completo con la misma, el verdadero objetivo de Netanyahu, lo que abre grandes incógnitas sobre el nuevo gobierno en la Franja de Gaza. Tel Aviv no quiere a Hamás al mando, pero, a la vista de la dura resistencia frente a los ataques israelíes, no parece que vaya a desistir, ni que haya una alternativa democrática clara.
En cualquier caso, la posición de Hamás está muy comprometida, no solo por el descontento de los propios palestinos, sino por los cambios que se han producido en la región en los últimos meses. Irán, su principal valedor y gran elemento disruptivo en Oriente Próximo, ha perdido toda su influencia en los ámbitos en los que se había asentado. El debilitamiento de Hezbolá en el Líbano tras los ataques israelíes no solo le ha incapacitado para apoyar a Hamás, sino que es probable que propicie la gradual reducción de su influencia en la política libanesa. Además, la incapacidad de Hezbolá para seguir actuando en Siria ha facilitado la caída del dictador Bachar al Asad y la posibilidad de un nuevo gobierno inclusivo, preocupado en la reconstrucción y alejado de otros focos regionales de tensión. Hamás está más solo que nunca e Israel no va a desaprovecharlo.