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Conocí a Sebastián Álvaro hace casi veinticinco años, cuando llevaba más de un decenio al frente de Al filo de lo imposible. Le habíamos invitado en una de las primeras ediciones del MPXA y pude comprobar que pertenecía realmente al selecto grupo de los aventureros: gente serena y reflexiva, casi pausada, de corazón grande y boca pequeña. Es decir, humildes. Hay otros aventureros, personas también muy respetables, que se distinguen por su amor al riesgo mismo, a la mera adrenalina, o por el afán de sobresalir. Al reencontrarlo ayer en la entrevista que firma Álvaro Sánchez de León para Aceprensa, me confirmé en aquella ya antigua primera impresión de equilibrio y sabiduría, aunque apenas consiga esconder un disgusto bastante generalizado entre los que vamos cumpliendo años: generamos, dice, «personas vanidosas e ignorantes que no saben qué papel les toca vivir. Cuando nos toca una pandemia o una dana, entendemos mejor que somos vulnerables. Ante la catástrofe, comprobamos que somos incapaces de ser todo lo ingeniosos y creativos que fueron nuestros padres a diario». Sebastián Álvaro dirigió decenas de expediciones a cumbres por encima de los ocho mil metros. Y de muchas de esas y de otras regresó sin coronar: «Para mí, coronar nunca ha sido lo fundamental. Lo esencial era volver a casa». Y aprender: «Una de las características de nuestro tiempo es que, en la opinión pública, la banalidad ha sustituido a la cultura profunda. No soy pesimista, pero hay cosas que no me gustan y se imponen contra el sentido común y la más pura honestidad. A mí no me van a cambiar».
Quizá la humildad y la sabiduría de saber volver a casa resuman lo más necesario para atravesar tiempos vanos.