En España ya todo es relativo

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Fernando Calvo | EFE

20 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Es difícil, por no decir tortuosa, la tarea de escoger frases célebres de nuestros políticos. De hogaño y antaño. Sin embargo, uno destaca sobre el resto. El actual presidente del Gobierno pronuncia frases imborrables. Y en tan extenso florilegio resulta imposible elegir el párrafo más fulgente. Antes de Nochebuena, quizá animado por la proximidad de la Navidad, dijo: «¿Quién le va a pedir perdón al fiscal general del Estado?». Insistió con la pregunta, mirando a los ojos de los periodistas presentes. Esa mirada glacial que poseen los grandes paladines de la historia, los inolvidables. Sánchez lo será: un inolvidable. Las razones me las reservo en esta ocasión. No es el momento. Estoy releyendo al maestro Flaubert y él todo lo ocupa. Nos dejó una novela póstuma (1881) que pocos valoran. Yo, contrariamente, no solo la valoro sino que la considero una obra maestra. Se trata de Bouvard y Pécuchet. Quedó inconclusa. A mí no me lo parece. Es una de esas novelas que leas por donde la leas (como sucede con la Rayuela de Cortázar) resulta sorprendente. La historia que trata de contar, aunque el maestro se empeñaba en no querer contar demasiado, versa sobre dos individuos extravagantes que se unen un domingo de verano, a la hora del ocaso. Uno es liberal, el otro conservador. Ambos son oficinistas. Uno, rubio alto y vigoroso; el otro, bajo y moreno. Detestan sus oficios. A ellos les interesa únicamente el conocimiento. La ventura les sonríe cuando Bouvard hereda una finca y una sólida fortuna. Allí se retiran. Los siguientes veinte años se dedican al estudio.

Tanto estudio perturbó en cierta medida sus facultades mentales, o no. Lo cierto es que se sienten fracasados en su tarea. Toda teoría posee una teoría inversa. Una afirmación taxativa empuja a la contraria. Dejan de creer en todo y, lo más triste, dejan de creer en la verdad. Todo lo abandonan y se dedican a placeres mundanos. Ahí también fracasan. Le animo, lector, a que conozca las peripecias de estos dos personajes entrañables. Mucho gozará, sin duda. Porque la enseñanza que nos dejan ambos es que, pese a todo, es necesario luchar contra la mentira y la necedad: «Una facultad lamentable se desarrolló en su espíritu: la de ver la estupidez y no tolerarla». Finalmente, intentan suicidarse. Lo dejan porque no habían hecho testamento. Se vuelven devotos; más tarde, ateos. Nada los convence. Y yo me pregunto, ¿quién les va a pedir perdón a Bouvard y Pécuchet? Nadie. Porque, en realidad, ellos son los únicos responsables de su suerte. Ellos se la han buscado y deben aceptarla.

Estoy seguro de que nuestro admirable presidente ha leído esta novela póstuma de Flaubert. Por eso sabe que todo es relativo. Y, por lo mismo, conoce la fórmula del éxito (en realidad, ahí radica su éxito). Aunque el fiscal general esté gravemente imputado, él seguirá exhortándonos a que pidamos perdón. La verdad no importa. En España ya todo es relativo.