La tregua ha comenzado, lo que significa que, tras más de quince meses de bombardeos y ataques constantes, la población civil palestina va a poder salir a la calle, desplazarse por la Franja de Gaza y dirigirse a sus hogares sin miedo a ser alcanzados por un proyectil o aplastados por los escombros. Más de 47.000 muertos y 100.000 heridos después, el balance no puede ser más catastrófico: familias y clanes enteros barridos de la faz de la Tierra, decenas de miles de viudas y huérfanos abandonados a su suerte. Nada nuevo bajo el sol. El patrón de las víctimas es el mismo que en Sudán y Ucrania. Si la devastación material es abrumadora y las necesidades básicas de la población inmensas, la asistencia psicosocial se plantea como primordial.
La mayoría de los adultos continuarán sus vidas con muchas cicatrices físicas y emocionales, incapaces de olvidar y, mucho menos, perdonar. La pérdida de los seres queridos, del modo de vida, de su entorno, se irán superando poco a poco, si bien el dolor permanecerá muy dentro, enquistado hasta que el conflicto vuelva a reanudarse, porque, por desgracia, las condiciones que lo han mantenido abierto desde 1948 continúan sin cambios. Pero las niñas y niños es muy probable que no superen los traumas originados por la pérdida violenta e inexplicable de sus familias y sus heridas físicas, incluidas la amputación de miembros. La generación de los pequeños y adolescentes que ha sobrevivido a estos quince meses de asedio, sometidos al temor constante de los bombardeos, sin comida ni bebida suficiente, pasando frío y calor extremos, sin acceso a la educación y a la sanidad, es posible que no logre superar los traumas.
Al igual que las generaciones anteriores de palestinos que han nacido, vivido y, probablemente, muerto en los campamentos de refugiados y en la Franja de Gaza, los niños y adolescentes que han sobrevivido a estos quince meses crecerán con el odio al enemigo infiltrado en vena, convirtiéndose en carne de cañón de la radicalización y punta de lanza de la violencia, perpetuando el círculo vicioso de la guerra por la incapacidad de sus mayores para encontrar una solución que no sea empuñando un arma. Violencia generando más violencia.