En una reciente entrevista, publicada en el XL Semanal, Howard Gardner, prestigioso profesor de la Universidad de Harvard, al hablar sobre los peligros derivados de la inteligencia artificial afirma: «Los planes de estudio deberían dedicar mucho más tiempo a las humanidades. Nos ayudaría a que los cimientos de lo que venga después se construyan sobre nuestros mejores logros, no sobre nuestras peores tendencias». Estamos adentrándonos, casi sin darnos cuenta, en un incierto futuro poshumano. Ya existe, por ejemplo, un programa humanizador con el que convertir un texto escrito por la inteligencia artificial en «perfectamente humano».
Muchos valores y factores esenciales para el futuro de la humanidad están amenazados. No hay más que ver el preocupante ascenso de la desinformación, de los totalitarismos, de la violencia cotidiana o de la guerra alrededor del mundo. Sirvan de muestra dos ejemplos vergonzantes. Según el Comité de los Derechos del Niño de la ONU, hasta el 10 de septiembre habían muerto en Gaza más de 16.756 niños, 21.000 estaban dados por desaparecidos, 20.000 habían perdido a uno o ambos progenitores, y 17.000 se encontraban solos o separados de sus familias. Hoy, más de 660.000 menores de toda la Franja siguen sin poder ir a la escuela con normalidad y malviven entre ruinas, tras catorce meses de brutal devastación. No muy lejos, en Siria, tras casi catorce años de guerra y más de 300.000 civiles muertos, según la ONU, ha caído un régimen dictatorial. Y los libertadores son islamistas, es decir, seguidores de un ideario retrógrado basado en la adaptación de la vida social y política a los preceptos religiosos islámicos. Sorpresivamente, los protagonistas se han apresurado a presentarse como islamistas moderados. Nadie sabe bien en qué se traducirá esta supuesta moderación.
Las cifras que nos llegan de Palestina y Siria son las de la vergüenza y las de nuestro fracaso como sociedad. Hemos sido capaces de llegar a deshumanizar, aún más, algo tan inhumano como la guerra. Los campos de batalla son el mejor caldo de cultivo para seguir alimentado la violencia, la intolerancia y la incultura, es decir, todo aquello que nos aleja de los valores éticos universales que todos compartimos para lograr el bien común, una sociedad más justa. Los individuos que se guían por valores como la justicia, el respeto o la generosidad suelen obrar acertadamente. Estos y otros valores solo se pueden adquirir a través de una educación libre en escuelas, institutos y facultades universitarias.
El mundo actual se ha construido no solo a partir de armas, sino también de palabras. Escribir es lo que nos hace genuinamente humanos. Necesitamos, más que nunca, palabras comprometidas para saber qué fuimos y para construir cómo seremos. No conozco en la larga historia de la humanidad un invento mejor que la palabra. Las humanidades (acumulación inagotable de palabras sabias), a pesar de su injustificable marginación en los programas educativos (como denuncia el profesor Gardner) y de ser calificadas por algunos como «un lujo inútil», son el mejor medicamento para luchar contra los egoísmos y los fundamentalismos que florecen libremente en el ámbito de la incultura reinante. Un mundo justo debe cimentarse sobre los grandes logros de las disciplinas que tienen al ser humano como eje central. El fin no puede ser otro más que hacer más humana a la humanidad. En este sentido, no puedo dejar de evocar las bellas palabras pronunciadas por la ilustradora iraní Marjane Satrapi al recibir en Oviedo el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades: «Quizás antes de educar a nuestros hijos para que tengan éxito económico y social, deberíamos enseñarles que el verdadero éxito radica ante todo en el humanismo (…), deberíamos enseñarles ética, civismo y, sobre todo, compasión y bondad».