
Hace unos días apuñalaron a un enfermero y a un guardia de seguridad del Chuac. Nada nuevo. El informe de agresiones a profesionales del Sistema Nacional de Salud refleja que el año pasado se registraron cerca de 15.000 notificaciones. La mayoría, el 84 %, correspondieron a agresiones no físicas; es decir, a insultos o amenazas (12.459), mientras que 2.335 sí fueron de tipo físico (16 %), reconociendo que «es probable que solo una parte del personal que trabaja en los sistemas sanitarios autonómicos notifique las agresiones y que todavía existan numerosos incidentes violentos que no hayan sido comunicados».
El año pasado se registraron en España 16.762 agresiones a policías nacionales o guardias civiles, la cifra más alta desde que se contabilizan estos delitos. Teniendo en cuenta el total de agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, supone que prácticamente el 10 % sufrieron alguna agresión solo el año pasado.
El 79 % de los docentes han reconocido haber sufrido agresiones físicas, verbales y amenazas, y el 40 % provenientes de los familiares. Por no hablar de las agresiones y amenazas que sufren los funcionarios de prisiones o guardias de seguridad, que ni siquiera son considerados agentes de autoridad.
Cabría pensar que la gente está iracunda e irritable (que lo está), pero no más de lo que lo ha estado siempre. Las emociones son atemporales, siempre están ahí. La clave está en el ambiente, que es el que determina el paso al acto de la emoción. Vale para agresiones, violaciones, adicciones y todos los delitos originados por una emoción disparada en un contexto que la nutre.
Una de las características de nuestro tiempo es el derrumbe de la autoridad y de todos sus símbolos. En la sanidad, la escuela, el espacio público, la familia y el trabajo. El Leviatán simbólico que vigilaba y prevenía el desbordamiento de las emociones se ha dado de baja.
Sin esos contenedores simbólicos que encinchen las emociones y en una sociedad que le da constantemente espuela al deseo, el paso al acto está servido en bandeja. Surgen entonces los discursos autoritarios que amenazan con tomar el rol de controlador de las mismas, sean de derechas, de izquierdas o de las redes sociales.
Recuperar los valores que nos cobijaron y sirvieron durante siglos no va a ser nada fácil en un mundo que aún está en proceso de estabilización. Mientras, los agentes sociales encargados de ejercer una autoridad tendrán que sobrevivir con las mismas armas de siempre: la filosofía griega, la moral cristiana, el derecho romano y el valor. A veces pienso: ¿qué mundo vamos a dejar?