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Era el 16 de febrero del 2003, aunque luego lo repitió como un mantra asumido sin rechistar por todo el PSOE durante años. José Luis Rodríguez Zapatero, mentor de buena parte de los colaboradores de Pedro Sánchez, resumía en un titular la idea: «Bajar impuestos es de izquierdas». Ese mensaje lo implementó durante años Pedro Solbes —sí, el que no vio venir la crisis financiera del 2008— y permitió el florecimiento de una clase media con dinero suficiente en el bolsillo para cambiar de coche, de casa o darse algunos pequeños lujos.
Zapatero evitó las subidas de impuestos hasta que se le aparecieron los hombres de negro de la UE en sus pesadillas y entonces le faltó tiempo para empezar a cobrar por todo. Incluso para bajarles el sueldo a los funcionarios e intentarlo con los pensionistas.
Hacía falta dinero rápido. Y como asaltar un banco no lo arreglaba, recurrió al bolsillo de esas clases medias instaladas en una orgía de gasto sin fin que acabó con numerosas quiebras. Los años duros de Mariano Rajoy dejaron también en evidencia al PP. «No voy a subir los impuestos», dijo el expresidente durante meses de campaña electoral. Y, anticipando los cambios de Sánchez, nada más instalarse en la Moncloa nos condenó a un encarecimiento de la vida del que ya nunca nos recuperamos. El 21 % de IVA —tres puntos más que hasta entonces— es la consecuencia de aquellos días.
Pedro Sánchez se presentó a candidato del PSOE como representante del ala más liberal del PSOE, pero las necesidades de apuntalar sus gobiernos pagando cualquier precio no han parado de disparar el gasto público. No solo han subido las pensiones o el salario mínimo. También se ha multiplicado la inflación y el número de personas dependientes de un sueldo o una subvención del Estado supera ya al de los que perciben sus ingresos del sector privado.
La buena marcha de la macroeconomía, traducida en el incremento del PIB, permite decir que Sánchez y María Jesús Montero han reducido el déficit público. Lo que es una verdad a medias. Se ha reducido el porcentaje global (101,8 % sobre el PIB). Pero en euros contantes, Sánchez ha inflado la deuda conjunta del país en más de 400.000 millones de euros desde el 2018. En ese primer año de gestión compartida, el pufo compartido por cada español era de 25.774 euros por cabeza, para un total de 1.209.742.000. Resumido, 1,2 miles de millones.
Apenas seis años después, con una subida récord de la presión fiscal en el ámbito de la UE y 93 subidas de impuestos después, esa deuda se ha disparado un 20 %, hasta los 1,63 billones. O sea, cada español —y ahora somos 49 millones— debería poner 33.500 euros para neutralizar ese agujero.
Por eso, la voracidad fiscal de este Gobierno es imparable. Ni siquiera la lluvia de millones a fondo perdido, o a interés bajo, desde Bruselas sirve para tapar ese vacío. Tampoco la excusa de fortalecer los servicios públicos debe tapar el despilfarro. Seguro que usted está de acuerdo en que ni la sanidad, ni la educación, ni las carreteras han mejorado en estos años. Aquí solo parece que los beneficios deben redundar en Cataluña. Prepárese para seguir pagando. Las autovías y el diésel son demasiado apetecibles para seguir sacándole el dinero del bolsillo. Bajar impuestos ya no es de izquierdas.