
Sabemos que las personas de una pieza raramente se confunden con aquellas a las que consideramos una buena pieza, salvo que ambas condiciones se refieran a ámbitos o registros diferentes. De hecho, aunque contengan la misma palabra, las dos expresiones casi siempre se oponen. El hombre —la mujer— de una pieza responde en sus acciones a principios estables de carácter moral o político, por ejemplo. Encarna la coherencia, virtud menos apreciada en nuestros días, aunque atractiva siempre. El buena pieza, sin embargo, se caracteriza casi siempre por lo contrario: su único principio moral o político es la buena vida, lo que le convenga. Llevamos unos meses con las páginas rebosantes de presuntos de toda condición, presuntuosos también casi todos ellos. La mayoría ejercen en la política y pertenecen más a la categoría de buenas piezas, en el peor de los sentidos, que a la de hombres de una pieza. Evitaré los nombres, porque voy a otra cosa.
La incoherencia, en su modo más perdonable, se debe a la humana debilidad: a no alcanzar los estándares de comportamiento a los que se aspira. Le sigue la incoherencia hipócrita, mucho más repugnante, aunque todavía signifique un cierto respeto por la virtud. El cinismo da otro paso: prescinde de la verdad y el bien. Le interesa lo suyo. De ahí que cambie mucho de opinión según los tiempos y los contextos.
La incoherencia política produce pésimos resultados. Los asesinatos de mujeres en España se han mantenido con un gobierno ultrafeminista. Los delitos contra la libertad sexual, especialmente las violaciones, se han multiplicado en torno al 150 por ciento. No sé si porque lanzar eslóganes es más fácil que gobernar o porque les damos igual.