Rosas en el mar

Uxio Labarta
Uxío labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

28 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Sorprende Massiel. Entroido, febrero 2025. Cuando la memoria abandona la barrera de 1978 y retroceden los recuerdos, sé que no pueden ser recuerdos compartidos por más de la cuarta parte de la población gallega, por lo que no alcanza a muchos de los posibles lectores. Para muchos recordar a Massiel, Luis Eduardo Aute y su canción Rosas en el mar puede resultar difícil. No así a quienes compartieron aquel año 1967.

 Rosas en el mar comienza con «Voy buscando un amor» y daba paso a palabras costosas de pronunciar en aquel momento: «Voy pidiendo libertad, y no quieren oír… La libertad, la libertad, es más fácil encontrar rosas en el mar».

Una canción que, con una estética y una cultura entre el folk y un pop naciente, interpretada por Massiel y escrita por Aute, nos situaba en un mensaje que no logró impedir la censura. Una canción, al parecer, dedicada a aquella revolución cubana en sus inicios —los de la revolución y los de Aute cantautor— que, sin llegar a ser directamente canción enrabietada como fue luego Al alba, «transmitía un desasosiego existencial», en palabras de Diego Manrique, quien además sostiene que el Digan lo que digan de Raphael («Más dicha que dolor, hay en el mundo/ Más flores en la tierra, que rocas en el mar») fue una respuesta a ella.

Recién llegado a la universidad, y aún lejos de Monte la Reina, que cambió el tiempo de verano, sonaba Rosas en el mar en la voz y la guitarra de Maxi Olariaga en aquellas tardes largas de julio y mocedad en la terraza del Liceo de Noia, probablemente seguida de Un sorbito de champán. Unos veranos que hasta entonces terminaban en la ría de Noia con las pleamares de septiembre y los cordones de San Francisco, en un mar casi siempre aplacerado, y donde los salseiros de un mar trabajado por el viento alcanzaban la borda de un bote a remos de seis metros y popa en espejo.

Un mar que llegados los primeros días de octubre se llenaba en las secas de mujeres y de hombres —que quedaban en tierra para ir al berberecho— y de motoras, botes, lanchas y sancosmeiros que, faenando en los bancos de la Misela, Testal o Broña, o entre Punta Cabalo y Punta Batuda, por contar algunos sometidos a los aportes del Tambre, inundaban de berberechos el muelle del Marqués allá en los sesenta, cuando García Briones estimaba que la producción anual en Galicia alcanzaba 22.000 Tm, sumando la de almejas, y no había empezado el plan marisquero ni llegaban los benéficos fondos europeos de la pesca. Unos veranos y una realidad que, acompañado a veces por un Aute (De paso, Las cuatro y diez) culto, diverso y comprometido, se mantuvo en la memoria a lo largo de estos años. Cuando ya la docena de ostras dejó de cantarse por las calles, el Tremuzo se llenó de molinos de viento y el puñado de berberechos o de caramuxos o minchas dejó de acompañar la taza de vino. Hubo otros mares y otros veranos, pero desde entonces siempre ha sido imposible olvidar que en los mares —aun cuidando las olas o vigilando las mareas— nadie encontrará rosas.