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Los lectores más jóvenes no recordarán al periodista Luis Carandell (Barcelona 1929-Madrid 2002), un hombre elegante y de aspecto quevedesco que fue cronista parlamentario durante la transición y dirigió el Telediario.
Carandell escribió en la revista Triunfo una sección titulada Celtiberia show, donde con exquisito humor radiografiaba las peculiaridades de una sociedad española que se debatía entre el subdesarrollo y el progreso incipiente. Anuncios, esquelas, rótulos comerciales, titulares de prensa, chascarrillos y otros materiales en los que se percibían el régimen, la omnipresencia de la Iglesia católica, el machismo endémico, el clasismo y otras particularidades de la España tardofranquista. Casi cincuenta años después, me pregunto cómo analizaría el bueno de D. Luis en su Celtiberia la España actual.
España, sin duda, sigue siendo más celtíbera que nunca, con sus políticos raciales de uno y otro signo, sus medios de comunicación, sus tertulianos y su deriva hacia el más puro esperpento Valleinclanesco.
Qué diría sobre titulares como que en el móvil de un ministro del Gobierno figuraba un catálogo de meretrices de lujo enviado por un portero de puticlub que ejercía de conseguidor de todo tipo de favores mundanos y se movía por el ministerio como pez en el agua.
Qué diría de una España donde las mujeres se ofenden cuando las llaman guapas, donde políticos importantes son denunciados por acoso sexual y declaran en los juzgados si le tocó y cómo los pechos a su presa.
Una España donde Gobierno y oposición se tiran muertos y catástrofes naturales a la cabeza, donde el fiscal general del Estado es imputado y borra las pruebas del delito, donde las ideologías más reaccionarias, tanto de izquierdas como derechas, avanzan rotundas.
¿Cómo trataría Carandell casos como el pequeño Nicolás, Víctor Aldama, el rey emérito, Juan Carlos Monedero y todo un sin fin de pícaros que siguen presentes en esta Celtiberia?
Claro que él, que fue corresponsal en medio mundo, tampoco enmudecería viendo cómo esa Celtiberia cutre que retrató con socarronería se extendía a todo el planeta. ¿Qué opinaría de esta crisis generalizada de las democracias mundiales? ¿Cómo explicaría que cada vez se vote más intolerancia, más eslóganes infantiles, más testosterona, más populismos baratos?
Quizás acertara a concluir que todo esto se debe a que todo lo que antes era sólido se ha vuelto gaseoso y que reina una inseguridad generalizada tras el fallo de las democracias que supusieron los atentados yihadistas de las torres gemelas, Londres, París y Madrid, la crisis financiera global y una pandemia asesina. Inseguros en su protección, su economía y su salud.
El mundo se gasifica, pero Celtiberia sigue palpitando rediviva con meretrices famosas, políticos pecaminosos, «piquitos» prohibidos, las medias de Melania y el Ozempic.