
Entorno turbio
La sensación de una mano abierta. Su calor pasando por la parte derecha de la nalga, envolviéndola de abajo arriba. Casi sudorosa. Asco repulsivo, que hace que te gires intuitivamente. Un tipo con barba de unos días, pelo sucio y sudadera negra. Un local lleno de gente. Le increpas. Mantiene tu mirada y balbucea «sin querer». Lo insultas y ni se mueve. Le gritas que se largue. Avisas a los dueños del local y lo echan al instante.
Esa sensación en tu cuerpo que no se va en toda la noche.
Ultrajada, manoseada, impotente, asqueada, enfadada, indignada...
¡Una sola mano! Silvia López López. Poio
Guerra y paz
Tito Livio nos recuerda que es mejor y más segura una paz cierta que una victoria esperada; una locución latina viene a mi mente: Nihil violentum durabile (lo violento no perdura). Tras tres años de una guerra atroz, los contendientes están abocados a abrazar la realpolitik: una política basada en criterios pragmáticos al margen de las ideologías. Resulta muy fácil ser presa de ardor guerrero cuando uno está arrellanado ante el televisor y animar a que la trituradora de carne no se detenga. ¿Aplaudiríamos si nuestros hijos fueran a luchar en esa guerra? ¿Estamos dispuestos a que a su regreso lo hicieran en el interior de una bolsa o en una silla de ruedas? ¿Irían al teatro de operaciones quienes nos azuzan a guerrear? Las élites de Bruselas, presidentes de Gobierno, dirigentes políticos, etcétera, nos narcotizan con sofismas sabiendo que en su fuero interno piensan lo contrario. Miles de millones de euros provenientes de los contribuyentes se dilapidan para mantener y avivar una guerra que todos sabemos desde el principio cuál será su final. Hemos pasado de cantar Imagine de John Lennon a arengar al pueblo a acudir prietas las filas, con paso firme y pausado cantando que volverá a reír la primavera al paso alegre de la guerra. Propongo humildemente que quienes tengan dudas lean o vean Johnny cogió su fusil y luego piensen en sus hijos. La guerra sí, como videojuego. Francisco Javier Sáenz Martínez.
El papado de Francisco
Francisco comenzó su papado bajo el signo de la «franciscomanía», fenómeno sociológico que logró que una persona sin conocimiento previo de los entresijos del poder vaticano ni ideario previo conocido, se convirtiera en icono de la juventud e insuflador de vientos de cambios en la Iglesia.
Francisco consiguió devolver la ilusión y la esperanza a unos fieles sumidos en la perplejidad y la desilusión tras la significativa erosión de la imagen de la Iglesia católica debido a los lacerantes episodios que hicieron retrotraer a la institución a escenarios del siglo XIII.
Bergoglio, adoptó el nombre papal de su admirado Francisco de Asís (il poverello d'Assis) y nada más ser elegido papa, exclamó: «Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres», frase que sería un guiño al espíritu de pobreza de los primeros cristianos y a los ideales de justicia social de monseñor Romero. Este decía hace tres décadas: «La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres», así como un mensaje de esperanza para los que todavía sueñan con hacer factible dicha utopía.
Francisco pasará a la historia por su innegable carisma personal y un estilo revolucionario plasmado en un estilo apologético propio basado en el desapego de las formalidades y en su don de gentes, teniendo como hito de su papado el finiquito de la concepción eurocéntrica de la Iglesia romana y la irrupción de la Iglesia centrífuga. Germán Gorráiz.