Trump, Putin y los peces en el agua

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO. DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA

OPINIÓN

Eva Korinkova | REUTERS

10 mar 2025 . Actualizado a las 09:46 h.

Escribí aquí sobre Putin cuando invadió Ucrania. Trump no contaba por entonces. Escribí sobre él más tarde, recobrada la presidencia. Y ahora, a unir la línea de puntos. Aunque no demasiado, sorprenden las coincidencias al superponer sus retratos. Su seguridad altanera, la del matón de patio de colegio que se percibe intocable. Su dominio de las escenas, coreografiadas por servidores y mozos de espadas para evocar poder, dureza, temor en cocción. Ambos rebosan amor propio y autosatisfacción. Eso quisieran ser: el sol al que cortejan todos los planetas. Su sensibilidad y compasión, solo disfraz ocasional. Sin culpa ni remordimiento, debilidades neuróticas propias de frágiles alfeñiques, no se abra esa puerta, no sea que la angustia desayune su «hombría». Machos alfa, pelo en pecho, espaldas plateadas, sufren espasmos ante gais, trans, no binarios. Mariconadas woke. ¿Principios? Aquellos de atrezo de los hermanos Marx: si no les gustan estos, tengo otros. No son religiosos de suyo, pero invocan a Dios y a sus vicarios terrenales. Dicen que está de su lado. Trump y Putin no es que mientan; lo hacen, claro, pero las resonancias semánticas de la mentira se quedan cortas. Su falsedad se ha vuelto constitutiva, inherente, como un riñón más. Y la impostura les permite vivir con sus barbaries: Freud les enseñó a negar lo obvio, a reprimir lo real en esos sótanos inconscientes que apenas se visitan. Saben, pues, cómo engañarse a sí mismos. Y Maquiavelo les enseñó cómo engatusar a los demás. Falsedad y manipulación, también de su autoconcepto. Círculo completo: máxima benevolencia en el examen del yo, grandiosa autovalía. Los demás, pura herramienta. Por otra parte (Arendt), sabemos que a menudo la maldad es trivial, banal, estúpida en su simplicidad: «Conseguiré la paz en Ucrania en dos días...». Eso dijo el sabio: no adelantó que todo era perversamente simple; ¡que Ucrania se rinda y listo! Eureka. Y lo de Gaza: una Palestina sin palestinos tal vez padezca de humedades o se le atasquen las cañerías, pero los israelíes solo tendrán que matar moscas y alicatar el resort que viene. ¡Brillante! En fin, sería cómico si no fuera trágico. Y mientras, su colega, el del KGB, relamiéndose. Él sí tiene buenas «cartas» en esta partida. No como el «descartado» Zelenski. Nunca las tuvo mejores. Se entienden. Sintonizan en longitud de onda, business a la vista. Suele decirse, ¡vaya par de psicópatas! Sin tecnicismos, eso se queda corto. Ambos son ejemplo de la «Tétrada Oscura de la Personalidad»: una combinación letal de psicopatía, narcisismo, maquiavelismo y sadismo. Casi nada. Pero no nacen cactus donde no hay condiciones.

Las Personalidades Oscuras existieron, y me temo que existirán siempre. Pero pueden ser excepciones de las que cuidarse o, horror, el modelo dominante. Mi generación se educó en la existencia de un «capitalismo de rostro humano», en la democracia cristiana y la socialdemocracia de la posguerra. En EE.UU. los republicanos duros se hacían perdonar inventándose el «republicanismo compasivo». La Iglesia, a golpe de encíclicas, predicaba la «función social de la propiedad». Y así, muchos boomers creímos en la compatibilidad virtuosa de ansias individuales y equilibrios sociales, entre lo público y lo privado, en el beneficio legítimo del esforzado, del ingenioso, del creador de riqueza. Admitimos la armonía entre «conservar» (ni todo lo nuevo es bueno, ni todo lo bueno es nuevo) y «progresar». Los impuestos ayudaban a que el mundo, aunque desigual, fuera soportable. Derechos humanos universales, respeto a las minorías, igualdad estricta de oportunidades para las mujeres. Guerras: las inevitables por justas, etcétera. Al menos en Occidente, esos valores parecían irreemplazables. Pero a la vista está que no lo eran. Todo eso está saltando por los aires. Si triunfan tantos «psicópatas» es porque pueden. Porque el ecosistema social y cultural es su anillo al dedo. Beneficio, individuo, poder, todo es comercio, luego todo es mercancía. Y desregulado. Nosotros también. Somos unos cactus más en ese desierto inmisericorde. O, si prefieren una metáfora más húmeda, tipos como Trump y Putin hoy, son peces en el agua. O empoderamos la solidaridad y a los bondadosos o estamos perdidos. Porque de lo que se come, se cría. Y los tiburones también son peces.