Por qué Taiwán no se toca

Jorge Mira Pérez
Jorge Mira EL MIRADOR DE LA CIENCIA

OPINIÓN

Ann Wang | REUTERS

11 mar 2025 . Actualizado a las 10:58 h.

A finales de la Segunda Guerra Mundial, la mecánica cuántica había permitido comprender el comportamiento eléctrico de unos materiales llamados semiconductores (cuya capacidad para conducir corriente eléctrica está en un escalón intermedio entre los metales y los aislantes).

Así, Bardeen, Shockley y Brattain crearon en 1947 el llamado transistor (ganaron el Nobel de Física en 1956), un dispositivo que permite controlar fácilmente señales eléctricas: una de las mayores revoluciones del siglo XX.

En 1958, Jack Kilby (Nobel de Física en el 2000) consiguió esculpir ese dispositivo en una misma piedrecita de semiconductor: el llamado circuito integrado (o chip), que hizo posible una miniaturización que desde entonces no ha parado. Hoy en día, en donde Kilby puso su chip caben cada vez más millones… pero eso cada vez lo pueden hacer menos empresas. Las salas en las que se realizan los procesos tienen que estar 100.000 veces más limpias que un quirófano. La instalación total vale del orden de 20.000 millones de euros. Eso sin contar que es cada vez más difícil saber hacerlo.

Por eso es solo una empresa de Taiwán la que produce el 90 % de los chips avanzados de ordenadores del mundo. En el mercado general de chips, Taiwán copa el 70 % (una parte enorme de la energía eléctrica del país es consumida por esas empresas). Esta hiperespecialización tecnológica ha llevado a esta extraña situación: una de las bases del mundo moderno (los chips) depende de un lugar muy concreto. Y por eso casi nadie admitiría que ese lugar fuese invadido por un país que quiera controlarlo.