De la retranca

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Mariano Rajoy e Ione Belarra, en la comisión del Congreso
Mariano Rajoy e Ione Belarra, en la comisión del Congreso

15 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Es un tema recurrente en el imaginario español. Es transversal y ha circulado durante muchas décadas por varias generaciones. «Los gallegos no tienen fama de graciosos», dijo la diputada Belarra. Se refería a las respuestas de Mariano Rajoy en una comisión parlamentaria. Respuestas que eran lo más parecido a una sesión didáctica de humor inglés. Contestaba utilizando la retranca gallega, que es una forma sutil e inteligente de utilizar coloquialmente el mejor y más sofisticado sentido del humor.

La retranca está a caballo entre el sarcasmo y la ironía, es de difícil traducción, le ocurre como a la voz saudade, que tiene múltiples lecturas. Mariano Rajoy practica habitualmente el ejercicio inteligente de la retranca como género natural de su más fluida dialéctica. En ocasiones la salpimenta con un toque de misterio críptico que no entiende Ione Belarra, acostumbrada a un sentido del humor lineal y previsible.

Antes que ella, otros políticos se sorprendieron buscando un gracejo elemental e insultando a los gallegos en general con adjetivos que descalificaban a los gallegos por el hecho de serlo. Rosa Díez, la dirigente política exhumó nuestro gentilicio como antiguo improperio utilizado en el País Vasco para ofender a los trabajadores que buscaban su futuro laboral en Euskadi.

El arquetipo del gallego cazurro y torpe fue una constante del pasado siglo y creó una imagen deformada de nuestra manera de ser. El fenómeno del Xandasbolismo difundido en películas costumbristas, con un gallego semi analfabeto, que caricaturizaba su acento hasta convertirlo en astracanada, caló en la España de los años cincuenta del pasado siglo. Al igual que se asumió el personaje de Quino, el Manolito de Mafalda, hijo obstinado e insolidario del tendero don Manuel, que vivía ajeno a su entorno instalado en mezquindades.

La retranca es uno de nuestros santo y seña que nos distinguen. Es un estado de ánimo, una manera precisa de subrayar un humor sereno y acompasado. Es el humor que subyace en los textos literarios de Wenceslao Fernández Flórez o Julio Camba, el humor de lecturas exigentes de Valle o Camilo José Cela, alejado de la astracanada zaragata.

Es un humor que provoca sonrisas, difícil para la carcajada. Un lóstrego, un rayo de ironía más intenso cuando se expresa en nuestra lengua gallega.

Yo creo que para compensar estas pequeñas tropelías, Pablo Motos director de El Hormiguero, debería cambiar el nombre de sus personajes Trancas y Barrancas, denominando al primero como Retrancas. Lo celebraríamos.