
En esta semana en la que hasta las noticias buenas eran malas, como dijo El Roto, escuché el jueves por la tarde una limpia, maravillosa, que llevaba tiempo esperando. Pensé inmediatamente en mi madre: tenía que decírselo cuanto antes. Me había preguntado muchas veces si había oído algo. Al llegar a su casa, se lo conté:
—Esta tarde escuché el cuco.
Quiso saber enseguida qué tipo de canto era, porque si no se trataba del simple cucú y más bien sonaba como cucú-tapa-cú, mala señal: se recogerían cosechas escuálidas o de mala calidad. La tranquilicé: el cuco había pronunciado un cucú escueto, límpido, maravilloso, con voz de ave joven.
Ella sonrió y me dijo:
—Pois se lle contestas con outro cucú, cala, e despois bota unha gargallada e volve a empezar co cucú.
Estaba feliz, con ganas de ir a la aldea este fin de semana para comprobar por sí misma el dicho:
Entre marzo e abril
sae o cuco do cubil
aínda abril non vai mediado
cando o cuco ten chegado.
Debería haberle preguntado si conocía uno que le encantará, aunque se le olvide pronto:
Entre San Xoán e a sega
volta o cuco á súa terra.
Con estas fiestas, tardé un poco en fijarme en una cara querida, cercana, doliente. Leía, desesperada, un borrador de Hacienda. No era suyo, pero le afligía por muchas razones. Quizá también porque está a punto de jubilarse y Trump le habrá quitado parte de su discreto plan de pensiones. Y porque, además, no había caído en la cuenta de que un suculento mordisco de su sacrificado ahorro se lo trincará Hacienda cuando intente recuperarlo, y se lo entregará a un Puigdemont cualquiera para que siga apoyando a Sánchez, o se lo llevará crudo un Koldo o una Jésica o varias.