Un cuento que se cuenta a sí mismo

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

Oficina del primer ministro | EFE

18 abr 2025 . Actualizado a las 10:09 h.

«Si recibo un regalo dado con afecto por una persona que no me gusta, ¿cómo se llama lo que siento? La nostalgia que se tiene de una persona a la que ya no se ama, esa pena y ese rencor, ¿cómo se llama? Estar ocupada y de pronto detenerse porque me he sentido alcanzada por una ociosidad tranquilizadora y beata, como si una luz milagrosa hubiera entrado en la habitación: ¿cómo se llama lo que he sentido?». Estos son algunos de los sentimientos «sin nombre» de una lista que confeccionó la escritora brasileña, Clarice Lispector, la gran experta en mostrar la complejidad psicológica del ser humano. Pensé en ello cuando vi las imágenes de los encuentros de las tres rehenes israelíes liberadas quince meses después de que comenzara la guerra. Me imaginé el revoltijo de sentimientos que debieron de inundarlas a ellas y a sus familias. En sus rostros se mostraba, ¿cómo decirlo?, un alborozo triste. Los sollozos eran una mezcla de felicidad y melancolía, y de los abrazos se traslucía rabia, feroz resentimiento y, a la vez, una inmensa alegría.

Las jóvenes son Emily Damari (28 años), Doron Steinbrecher (31) y Romi Gonen (24). Esta última fue secuestrada cuando intentaba escapar del festival Nova, muy cerca de la frontera con Gaza. Se sabía que estaba herida, por el relato de otro rehén que coincidió con ella durante el cautiverio y porque se lo dijo poco antes a su madre por teléfono: «Me han disparado, mamá, estoy sangrando». Emily Damari, de 28 años, tiene doble nacionalidad británica-israelí. Resultó herida de bala y por metralla al ser capturada aquel 7 de octubre en su casa, en el kibutz Kfar Aza, de ahí que perdiera dos dedos. También allí fue secuestrada Doron Steinbrecher —enfermera veterinaria y con pasaporte rumano—, que avisó por teléfono a su familia: «Me han cogido». 

Al explicar cómo se escribe un cuento, Hemingway decía que se trata de revelar la vida, no de hacer comentarios sobre ella. Es el lector quien juzga y comenta. Es necesario que el autor se limite a presentar los hechos sin tratar de juzgar ni exponer sus ideas propias al respecto, ni mucho menos tratar de convencer. El lector debe sentir ante el mundo que se le muestra la misma impresión de grandeza y misterio que ante la creación. ¿Ha dicho acaso Dios alguna vez su opinión? El narrador debe estar en su relato como Dios en la Creación, invisible y todopoderoso, para que se le sepa en todas partes y no se le vea jamás. El cuento debe contarse a sí mismo.

Pues eso, no diré nada más: el cuento se cuenta a sí mismo.