Gabo es mejor que Mario

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

27 abr 2025 . Actualizado a las 16:35 h.

Para gustos, disgustos. La literatura no es una clasificación. Pero con la pérdida de Mario Vargas Llosa se hizo habitual e inevitable la comparación entre dos hombres que se llevaron fenomenal y que terminaron fatal, con puñetazo incluido de Llosa a García Márquez por intentar, según la leyenda, liarse con su mujer Patricia. Dejemos la víscera rosa del corazón y vayamos a las palabras. Mi compañera en La Voz, Elena Méndez, me dice que Gabo fluye. Es cierto. Hay algo en los libros del colombiano que lo hacen distinto y distante, un peldaño por encima del peruano. Los ránkings no son excluyentes. Debemos leer a los dos. Ambos son excelentes. Gabo dejó con la boca abierta al mundo y a Vargas Llosa, cuando aún se trataban, al publicar Cien años de soledad. Tan alucinado quedó que Mario le dedicó un ensayo estupendo, Historia de un deicidio. Llosa tiene también libros únicos. Por supuesto, Conversación en la catedral. Pero en sus obras hay siempre un peldaño menos de alma y un peldaño más de esfuerzo y sudor, de pico y pala. Lo que para el colombiano resulta fácil, Mario lo alcanza con documentación y horas de trabajo. Nunca lo negó. Gabo sí alcanza a genios como Rulfo y Onetti. Se tutea con ellos. Rulfo fue el gran amor literario de Gabo. Su lectura le cambió la vida. Y le hizo escribir como un poseído la mítica Cien años. De pronto, descubrió que se podían transcribir las voces del pasado, de los muertos, que se escuchaban, como por arte de magia. Rulfo lo hacía en su mundo de Comala. Llosa adora a Onetti, el uruguayo que terminó encamado sus últimos años por pereza. Onetti tenía una broma sobre Llosa. Como el peruano envidiaba sus obras, Onetti decía que él le envidiaba a Llosa esa dentadura perfecta. Lo decía desde sus dientes ruinosos. En otra ocasión, Onetti definió esa capacidad de Mario Vargas Llosa para escribir de tal hora a tal hora, con un horario de oficina, de la que siempre alardeó, como la relación conyugal, de matrimonio, que Llosa mantenía con la literatura. Onetti añadió: «Mario, lo mío con la escritura es una relación de amante. Si tengo deseos, escribo. Si no los tengo, no». Por suerte, no se ofendió. Llosa no solo no se enfadó. Escribió otra joya de ensayo sobre Onetti y reiteró públicamente que «Onetti fue un adelantado, llevó la modernidad a la literatura latinoamericana. Fue el primero que nos acercó el modelo de Faulkner, su gran maestro y el gran maestro de todos los que venimos después». Ni Onetti ni Rulfo ganaron el Nobel. Lo que sí consiguieron Gabo y Mario. Hay que leerlos a los cuatro. Rulfo apenas tiene obra. Dos libritos que son imprescindibles, El llano en llamas y Pedro Páramo. Luego, optó por el silencio. Llosa es todo lo contrario. Lo suyo viene del periodismo, de las maneras del periodismo, documentarse y exprimir un tema. Y lo hizo con muchísimo talento. Mario tiene su obra sobre el dictador en La fiesta del chivo, un alarde, un mecanismo de precisión. No puedes dejar de leerla.

Gabo lo hizo a su manera. Su libro sobre el dictador es El otoño del patriarca, un monólogo extenso, pero con el fuego de la poesía en cada una de sus líneas. Al gran público llegará más Mario, sin duda, pero si se atreven con Gabo, Gabo es mejor. Es otra cosa, entre nubes y melancolías que terminan de llorar.