
A falta de conocer algún detalle sobre el origen del apagón que dejó a dos países europeos a oscuras, sirvan estas palabras para reflexionar sobre el dilema del que tenemos que salir ya. Por un lado, queremos un mundo fabuloso que consume tierras raras para baterías de móviles y estar así permanentemente conectados en un universo de pantallas, y, por otro, no queremos ni abrazar las energías renovables. Mucho menos, claro: las temidas nucleares. Tenemos que darle la vuelta a aquella pegatina de los ochenta y decir en voz alta: nucleares, sí, gracias. Nuestras vidas electrificadas no son compatibles sin fuentes de energía. Olvídense de cuentos. Estamos sujetos por cuatro hilos y ayer lunes supimos que las ficciones de las series que queremos ver hasta en el baño pueden convertirse en realidad, de golpe y porrazo. El gran apagón sucedió y nos aconteció a los españoles y a los portugueses, desenchufados desde las doce y media de la mañana de un lunes caótico. Esa isla de piedra que es la Península Ibérica si la cortas por la línea de puntos de los Pirineos y que Saramago fabuló navegando libre por el Atlántico se quedó sin electricidad. Salió el presidente Sánchez a hablar. ¿Qué más le puede pasar a este hombre? Hemos tenido de todo bajo su mandato: un terremoto en Lorca, la erupción de un volcán en la Palma, una pandemia, en este caso compartida, y ahora el superapagón. Sánchez dijo que la luz volvería entre seis y diez horas después. No cifró la ausencia de fluido en seis o diez minutos, como muchos optimistas pensaban. Su primer pronóstico se fue a las seis o diez horas. Se echó mucho en falta algo más de concreción que esa fuerte oscilación del sistema eléctrico que citó el presidente en su aparición. Pero quedó claro que el enfermo estaba grave y así fue que el caos se desató. Sufrieron como siempre los eslabones más débiles y vulnerables: los enfermos o los mayores.
Insisto: la reflexión que urge hacer es que si queremos unas vidas plastificadas e interconectadas tenemos que abrazar, por supuesto, las aspas de molino de las renovables, las centrales y la necesidad de recuperar, con criterio, las nucleares. Cada vez somos más millones, con millones de móviles y de pantallas. Y todo pillado por esos hilos que se cortan en cualquier momento. Somos, además, una sociedad que no sabe sufrir. No hay personas recias. Vivimos en burbujas de cristal y nos paralizamos con cualquier corriente de aire. Y ayer fuimos eso: hombres corrientes sin corriente. Y enseguida corrimos a las gasolineras, a comprar pilas y baterías en los chinos, otra vez a por los paquetes de papel higiénico en los supermercados, hasta que cerraron, porque ellos también dependen de los pagos electrónicos. No podemos querer convertirnos en seres wifi y hacerlo sin empresas de energía y de telecomunicaciones que sostengan este tinglado. Un mundo woke sin emisiones, sin minas y sin residuos no existe. Son hermosas ideas pero sin una bombilla que se encienda. Como vimos y vivimos ayer. Sirva la crisis para que se haga la luz.