
El apagón nos despertó del sueño virtual y nos puso al día de nuestras miserias. Un contratiempo así te aleja de la soberbia. Es lo que tienen las contrariedades, que igualan a los seres humanos que las sufren y los coloca a todos en el mismo plano. Los avatares de la tecnología suelen producir sobresaltos. El sábado cayó por fin la sonda Kosmos 482, que se hundió en el Índico y nos mostró que no solo llenamos la Tierra de basura, sino que extendemos al espacio nuestra manía de ensuciarlo todo y lo convertimos en un vertedero de chatarra cósmica. No tenemos remedio. Después de vagar más de cincuenta años por la órbita terrestre nos salvamos de que nos cayese en la cabeza. Menos mal, pues no está el horno para desgracias, sobre todo de las sembradas por tipos borrachos de poder. Como la de Héctor Germán Oesterheld, el guionista de Eternauta, al que los dictadores argentinos le dieron el pasaporte. Ahora, Netflix convirtió en serie el viejo cómic del viajero eterno. Una lección de heroicidad en grupo en plena invasión extraterrestre que acaba por generar anarquía, violencia social y estado policial ciudadano. La glándula del terror, que lo envenena todo en cuanto aparece el miedo. Seres forzados a seguir la voluntad de otros. Más que ciencia ficción es realidad, como la del día a día. Lo peor es no saber contra quién se lucha. Solo funcionan lo viejo, los antihéroes y los trajes de astronauta rudimentarios, pero hay demasiado frío en la serie. La salva Ricardo Darín, sólido, que sale al rescate. Aun así, siempre se aprende algo: llega un día en el que los que no alzan la voz contra la injusticia también tendrán que rendir cuentas.