La pesadilla del marxista

Pedro Armas
Pedro Armas A MEDIA VOZ

OPINIÓN

Brian Snyder | REUTERS

15 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Muchos están de vuelta del marxismo sin haber ido. Confunden el marxismo con los regímenes comunistas fracasados. Marxista es aquel que analiza la evolución socioeconómica con la lógica de la dialéctica y el materialismo histórico. De 1968 (mayo francés) a 1989 (caída del muro de Berlín) todavía el marxista dormía bien y tenía sueños. De 1990 a 2024 ya dormía poco y pasaba noches en vela. Desde hace unos meses tiene una pesadilla recurrente.

En el cambio de siglo la «revolución neoliberal» esquivó los derechos laborales, canalizando las relaciones contractuales de los trabajadores mediante negociaciones individualizadas en detrimento de los convenios. El keynesianismo, el pacto social y la negociación colectiva quedaban en el cajón, pero la banca ofrecía al trabajador la posibilidad de sentirse un pequeño inversor. El fordismo había dado paso a la ingeniería del dinero, el capitalismo fabril al capitalismo financiero. En las urbanizaciones de la periferia los padres, aburguesados, se creían de clase media-alta, y los hijos, reconfortados, vivían anestesiados por el consumismo. Ni hablar de la lucha de clases. En las barriadas, la clase baja era cada vez más baja y los pobres cada vez más pobres, aunque votaban sin conciencia de clase.

De repente llega Trump con sus aranceles y ajusta y desajusta el mercado a su antojo. Los gurús de la economía predicen que habrá una recesión global, las bolsas caen, los precios suben, los especuladores hacen negocio, los más ricos ganan más dinero, los más pobres pierden lo poco que tienen. Los proteccionistas protegen a los amigos, sean empresarios, gobernantes o millonarios, y los activistas proponen boicots a productos según su procedencia. La nación importa y los patriotas neoconservadores y ultras quedan descolocados, justificando a la vez la defensa de la soberanía de su país y la soberanía de su amo, salvo los vendepatrias más descarados, como Milei.

El marxista, que pasaba malas noches pensando que las relaciones de explotación dependían de quién poseyese los medios de producción, tiene ahora una pesadilla en la que se multiplican otras plusvalías obtenidas mediante la organización de la vida de los demás o la rentabilización de beneficios en sus propiedades sin apropiarse de ellas. En aras de la libertad y la propiedad privada, unos pocos controlan ambas para acaparar recursos de todos. Trump no necesita una calabaza de Halloween para provocar la pesadilla del marxista.