Depardieu

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Abdul Saboor | REUTERS

18 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora, con el paso del tiempo, parece como si el director Abel Ferrara hubiera tenido una visión. Suya es la película en la que Gérard Depardieu interpreta a Dominique Strauss-Kahn, ese hombre que simboliza la cumbre de la gauche caviar francesa, director del Fondo Monetario Internacional y figurón del socialismo galo, hasta que abusó de una camarera de hotel en Nueva York y el mundo entero pudo ver que no solo era un depredador político.

Depardieu era considerado el Monstruo del cine francés, un mote que ahora guarda un doble significado. Como mito viviente, se le permitía caminar sobre una alfombra infinita bajo la que barrer el polvo. De nuevo, ese cheque en blanco extendido de forma discrecional para justificar todo tipo de conductas: él es así, no puede evitarlo, o lo tomas o lo dejas. La hipérbole estaba en su naturaleza, por lo que había que pasar por alto sus excesos, incluso si estos cruzaban los límites del delito. Además, su pasado salía a su rescate: una estrella carismática nacida de la clase obrera, ascendida de los bajos fondos, un diamante que nunca podría pulir nadie. Contaba Depardieu con un mullido colchón de justificaciones y excusas.

Pero los tiempos cambian. Un día, dos trabajadoras de un rodaje no se dejan hacer, como vulgarmente diría el propio condenado. Denuncian aquello que está completamente fuera de lugar y que algunos todavía intentan ocultar en el cajón de las anécdotas. Y ganan el juicio. Depardieu no entrará en la cárcel, pero ahora figura en una lista de agresores sexuales. Adiós al escudo de la impunidad. Aquí no se acaba la trayectoria judicial del actor. Porque el río suena desde hace tiempo y ahora el Monstruo tendrá que nadar a contracorriente.