Parece increíble, pero por lo visto los hombres de ahora dedican más tiempo a sus hijos que el que dedicaban las madres en 1960. Según dicen, esto se debe menos a un cambio en los roles domésticos del hombre y la mujer y más a la carga de trabajo simultánea y creciente de ambos cónyuges fuera de casa. Entonces, se preguntarán con asombro, ¿las madres de ahora dedican más tiempo a sus hijos que las de antaño pese a que la mayoría pasaban sus días trabajando en casa? Exacto, al menos en los países que disponen de datos. ¿Qué ocurre entonces? Según algunos, atendemos a los hijos más tiempo del necesario, quizá porque pensamos que la educación familiar lo es todo y nos estremece la posibilidad de fallar. Estos autores piensan que exageramos porque hay factores que no podemos controlar y porque, si tienen hermanos, unos cuidan de otros y liberan tiempo a los padres.
También señalan que las mujeres de 1960 les dedicaban menos tiempo porque los niños jugaban fuera de casa y se les permitía deambular solos y a sus anchas, con el único límite de la merienda o la cena. A ningún niño de ahora le dejarían ir y volver al colegio por su cuenta, a las ruinas del polvorín de Monte Alto o a cazar ranas en las canteras de San Amaro. Con mis amigos lo hacía sin pedir permiso a nadie. Y jugábamos en la calle a diario. A veces alguna madre miraba desde la ventana. Pero la mayor parte de ese tiempo se ocupaban de otras cosas. Hasta que, tras un forcejeo, conseguían recogernos.
Anteayer escuché a alguien contar que instaló unos columpios en el jardín para sus hijos cuando los abuelos ya no pudieron llevarlos al parque. Al verlos instalados, los críos preguntaron muy serios: «Y los otros niños?»