
Los que cuidamos a personas con discapacidad no tenemos mucho tiempo que perder en fruslerías como esta. Por otro lado, al sacar a colación aquí las palabras que pronunció el obispo Reig Pla, en su homilía del 11 de mayo, tengo la sensación de ponerme a la altura de un niño de seis o siete años. Un niño tonto y perverso, eso sí. Tampoco quiero que este artículo se tiña de emoción.
Hay una escena soberbia en la película Mar adentro. Ya he escrito sobre ella con ocasión de otro tema que nada tiene que ver con este —la eutanasia—. Pero no dejo de acordarme porque es una de las pocas veces en que el cine me hizo llorar. Se trata de la parte en la que el padre Francisco, el sacerdote tetrapléjico, visita la casa de Ramón Sampedro para convencerle, de forma muy paternalista, de que merece la pena seguir viviendo. A punto de marcharse, después de no haber conseguido nada, Manuela, la cuñada de Ramón, que ha observado todo en silencio, decide hablar. Con palabras sencillas pero muy emotivas, le dice al padre que ha escuchado en la televisión que en su familia no se ha dado cariño a Ramón. Manuela ha estado junto a su cuñado durante casi treinta años. Día tras día, le ha aseado, le ha cambiado el pañal, le ha dado de comer. Día tras día, le ha dado conversación al pie de la cama, ha reído y llorado con él. Sobre todo, ha sido su apoyo incondicional y desinteresado. Pues bien; Manuela rompe su silencio para decirle que en la casa no han dejado de querer a Ramón ni un solo día y que el sacerdote tiene «la boca muy grande».
Dijo el obispo Reig Plá que las personas con discapacidad son «herencia del pecado» y fruto «del desorden de la naturaleza». A los que tenemos familiares o hijos con discapacidad, y estamos al pie del cañón, esas palabras nos hieren como un arpón. Me gustaría ser capaz de expresar algo tan sencillo y contundente como el personaje de Manuela en la película. Pero, como dije, no quiero ponerme a la altura de esta persona, ni mucho menos entrar en discusiones teológicas. Ni siquiera quiero pensar que no se expresó bien. Es mayorcito y representa un cargo que no debería permitirse deslices así. Como dijo Ludwig Wittgenstein «de lo que no se puede hablar, mejor es callar». Estas líneas ya se han alargado demasiado.