
Me reía con la idea de que no tardarían mucho en decir que Leire Díez trabajaba para el PP cuando buscaba basuras en las alcantarillas contra el jefe del grupo de la Guardia Civil (UCO) que investiga los casos más feos y familiares a Pedro Sánchez. Pero ni sus más crédulos adoradores se lo creerían esta vez, por mucho que lo repitieran ministros, ministras y demás personal subalterno. Imposible, me dije, comulgar con esas ruedas de molino. ¿Cuántos entienden hoy una expresión tan gráfica y clásica? Dependerá de tramos de edad. Supongo que evocar tanto la acción de comulgar como la imagen de la piedra de moler resultará difícil para un número creciente de ilustrados. La ignorancia provoca incapacidad creativa porque capa la imaginación: lo bestia de meterse un pedrolo de molino en la boca. Hace ya unos años, alguien me dijo que no le escribiera en latín. La mirada advertía: «Yo no soy de esos carcas». Solo contesto en latín los mensajes de broma que me envía un catedrático amigo al que trato de Imperator. Así que pregunté a mi interlocutor a qué se refería. Y sacó a relucir un correo en el que le llamaba «meu caro amigo». La culpa no era suya, sino de este gallego, que me sale con incrustaciones de portugués.
Poco a poco me voy convirtiendo en el viajero lento, que habla latín sin darse cuenta, y que puede resultar sospechoso de tradicionalismo por no comulgar con ruedas de molino. Hay un riesgo ahí, un peligro terrible: desconectar de un mundo supuestamente más conectado que nunca pero que desconoce, en realidad, lo básico de la conexión: la propia lengua.
Dicen que quitarán hasta dos puntos en selectividad por faltas de ortografía. No lo harán. La escabechina sería inasumible.