Eloxio del toxo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

07 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La carretera deja atrás la costa, dice adiós a la mar y se adentra, va creciendo hacia el interior buscando el corazón de Galicia. A ambos lados nos custodia una explosión de oro viejo que nace en el centro mismo de la primavera crecida. La mañana es suavemente luminosa y el viajero se siente víctima de una memoria antigua que subraya su sentido de pertenencia a una tierra, a un viejo país. Son los toxos los guardianes temporales de ese sentimiento, son los toxos que me acompañan en parte del viaje y pienso que me van saludando según discurren los kilómetros y que me reconocen desde un rincón de mis fantasías.

Recupero el inicio de un poema de Noriega Varela y recito en voz alta: «Nin rosiñas brancas, nin craveles roxos, eu venero as froliñas dos toxos».

La misma flor que llevó prendida en su solapa Manolo Rivas el día en que ingresó en la Real Academia Gallega, la chorima que pinta el paisaje de amarillos convertidos en oro viejo que inundan la mañana creciendo por todas las laderas del bosque gallego. Son, según Manuel María, la sonrisa de la primavera.

El humilde arbusto, la franciscana planta que trepa por la falda de la montaña, es un vecino nuestro, se asentó en el norte buscando la brisa mansa de mayo y junio, la misma que hizo decir a Camilo José Cela que el toxo es nuestro vecino anterior a las camelias y a las hortensias y que con la buganvilla, añado yo, forman el ramillete floral gallego, una bandera de luz multicolor que recorre, ondeando, el país.

Mi elogio del toxo no olvida las espinas de un arbusto terriblemente espinado, y vuelvo al poeta Noriega, y a su libro Do ermo, para rescatar la estrofa final que señala: «Dos toxales as tenues froliñas que sonrrien a medo entre espiñas».

Espinas protectoras del alecrín dorado y las chorimas, que según la tradición popular son las mismas que ciñeron con una corona a Jesús cuando subía al calvario.

El camino va desvaneciéndose, la geografía del toxo concluye después de cruzar Pedrafita, en donde un peregrino caminante se asombra al descubrir la maravilla floral que desde los tojales le da la bienvenida a Galicia.

Ha sido un trayecto mágico, un viaje desde el centro de la melancolía al corazón de una saudade inesperada que tiñó la luz de la mañana, un Ángelus jubiloso que fui sembrando de adioses, de saludos a un viejo conocido, a un camarada al que ahora elogio como quien hace una ofrenda o sella un deber cumplido. El automóvil rinde viaje. Llego a mi destino, pero regreso pronto, toxo amigo.