
Cuando empecé a ejercer como abogado, de esto hace ya muchos años, coincidía con el dicho acerca de que el cliente siempre tiene la razón. Pasaron los años y mi forma de pensar al respecto cambió. El cliente tiene la razón cuando la tiene y cuando no la tiene, pues no la tiene.
Cualquier ciudadano que acude a un letrado para que le arregle un problema va convencido de que la razón le asiste, por sentido común, sin reparar que en ocasiones el sentido común es el menos común de los sentidos, incluso estando en numerosas ocasiones en las antípodas del derecho.
Un letrado, antes de meterse en un pleito, debe explicarle detenidamente al cliente las posibilidades de éxito que a su criterio tiene y que este asuma el riesgo de demandar o no. Tras esto, la única obligación del profesional es hacer su labor lo mejor que pueda. Volcarse con el trabajo que tiene entre manos y respetar y ser respetado por su defendido, parte adversa, fiscalía, jueces, etcétera.
Es relativamente frecuente que cuando una sentencia no satisface a un cliente, para este la culpa la tenga su abogado. Si, por el contrario, la resolución le da la razón, solo faltaría que lo perdiera si el asunto estaba ganado y el togado se limitó a darle forma y firmar. Esta es la manera de pensar, pero les puedo asegurar que en absoluto son así las cosas.