Del arte de mentir

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

MABEL R. G.

16 jun 2025 . Actualizado a las 09:17 h.

No seré yo quien asegure con Oscar Wilde que la mentira, sobre todo en política, es una de las bellas artes. La apreciación no pasa de ser una boutade o cuando menos una disquisición intelectual para debates ociosos.

Es una manera emergente de aflorar bulos y mentiras, de engañar a la ciudadanía, de manejar opiniones alternativas o como dice la ministra portavoz del Gobierno, que habla con frecuencia por boca de ganso: la realidad es interpretable.

Hace tres siglos, Jonathan Swift editó un libro, cuya autoría atribuyó a un médico amigo, que tituló El arte de mentir, donde a través de sesudas tesis justificaba la mentira aplicada a la ciencia política. Estaba lejos de Maquiavelo, pero su contribución al engaño y sus técnicas en el ejercicio de la política no son nada desdeñables.

En España siempre se ejercitó cierta indulgencia hacia quien practica la mentira como sistema. Quizás la culpa se encuentre en las circunstancias religiosas de este país tan alejado de la contrarreforma protestante y de las enseñanzas de Calvino que nos dotaron de una forma de ser en la que el engaño fue y es uno de sus vértices.

El presidente Sánchez es un malabarista en decir digo donde antes dijo Diego, en la manipulación de la opinión pública camuflada de torpe progresismo; es maestro de la pseudología que es así como se llama al arte de mentir entre la mitomanía y el perjurio. Y al presidente lo sigue un coro gubernamental de consignas matutinas que repiten todos a una los miembros del Consejo de Ministros.

Todos mienten, España es una mentira colectiva, donde se activa el mecanismo de sostenella y no enmendalla, y reiterando una gran mentira de sus escombros brota una tremenda verdad. Cinco falsedades encubren una falsa verdad.

Fue en el siglo de oro donde nació el concepto hispano del pícaro, tramposo, astuto y hábil para el engaño. Cervantes, Quevedo o Mateo Alemán fueron doctos en el género y desarrollaron al pícaro en todas sus costuras. Desde entonces, todos somos Lázaro de Tormes, un país de lazarillos que no tiene remedio.

Vivimos un período difícil, conscientes de que no existe nada más revolucionario que la verdad, la misma que nos hará libres, independientes y críticos. El deterioro, el desprestigio de la política y de los políticos es inabarcable y tiene mala solución. Cuando en El arte de mentir se pregunta Swift si hay que engañar al pueblo por su bien, se contesta a sí mismo afirmando que hay que hacerlo con la mentira como arte.