
Es tan sencillo como apelotonar unas cuantas palabras y pulsar publicar. Y entonces, te encuentras un día con un perfil que concienzudamente se dedica a defender paparruchas como que la tauromaquia y no el bombardeo y los efectos de la guerra era la temática principal del Guernica de Picasso. Se atreven incluso a decir a qué torero, supuestamente, homenajeaba el pintor con el impresionante cuadro: Sánchez Mejías.
Así. Así de sencillo es reescribir la historia. La guerra cultural funciona en las trincheras de las redes sociales, en las que los relatos mutan con asombrosa facilidad. No importa el consenso científico. Ni siquiera importan las pruebas documentales. Simplemente hay que escribir un bulo y pulsar enviar. El algoritmo, sediento de engagement se encargará rápidamente de amplificar.
No hay consecuencias. De hecho, es probable que no haya ni siquiera moderación, porque en aras de una supuesta libertad distintas redes han ido desmantelando sus servicios de moderación. Así que cualquier bulo se equipara con la evidencia científica, con las fuentes contrastadas, con la investigación de calidad. Un sinsentido con mucho sentido: lo que hay es un afán por reescribir la historia, romper los consensos, generar crispación, polarizar y erosionar así la democracia, fundamentada en un pilar básico: saber disentir.