
Se adelantó la canícula seis o siete semanas, precipitando en junio el sofocante ferragosto de calor extremo. Hace tanto calor en Madrid o en Córdoba, en Murcia o Sevilla, que se caen los pájaros. Literalmente. Antes de morir por las altas temperaturas prefieren saltar del nido y caer desde los balcones, los aleros de las viviendas o los huecos de las fachadas, para estrellarse contra el suelo.
Son vencejos, crías de golondrinas, polluelos recién nacidos de gorriones, de pinzones o de mirlos que no pueden soportar el agobiante calor, la implacable sed e incluso el hambre.
Esperan con sus picos abiertos que el auxilio materno calme su dolor, que no entienden al poco tiempo después de nacer en un mundo que también es complejo para la república alada de la avifauna.
Soy defensor de nuestras aves autóctonas, de los humildes gorriones, auténticos proletarios de la grey volandera; de los paporroibos, que llevan una bandera roja en el pecho, de toda esa suerte nómada de golondrinas, vencejos y aviones que ensayan volteretas imposibles, que son los genuinos acróbatas del aire.
Los imagino navegando el viento hacia el norte de África, cuando el otoño inunda de ocres y oro viejo esta parte de la tierra, mientras mi imaginación me lleva al cuento de Wilde El príncipe Feliz, que ilustró de tristeza mi infancia cuando la última de las golondrinas, que nunca emprendió su viaje de vuelta, se enamoró de la estatua del príncipe y se quedó junto a él hasta que se murió de frío al llegar el invierno.
Celebro cada año la primavera, cuando mi jardín es una fiesta con los jóvenes mirlos jugando a sorprenderse al ver brotar las flores. Son mis aves urbanas, de negro plumaje con un pico dorado. Portadores de la buena suerte, tienen en su canto las llaves que franquean todos los sueños; mis queridos mirlos, merliños, que se posan amanecidos en mi ventana y saludan con su canto a la mañana.
Se caen los pájaros, se suicidan en las ciudades, cuando los datos de la población alada están mermados. Según SEO/Birdlife, la población de gorriones se redujo en España desde el año 2000 en un veinte por ciento, entre seis y siete millones de individuos alados. Víctimas del cambio climático, del urbanismo salvaje, de los insecticidas. Víctimas del hombre. La mayor constelación, el can mayor con su estrella Sirio, madrugó adelantando el verano, que se instaló con sus reiteradas olas de calor por estos pagos cuando ni los pájaros, ni los humanos, las esperábamos.