
Hoy es el día de Santos. De Santos Cerdán, hasta hace pocas fechas secretario de organización del PSOE: se verá las caras con la Justicia en el Supremo. Su antecesor en el cargo fue José Luis Ábalos. Entre ambos han cubierto, como máximas autoridades de facto en el partido, los siete años que lleva gobernando Pedro Sánchez. Ambos, también, están imputados por diversos delitos relacionados con la corrupción, la corrupción más zafia y grosera y tosca que ha sufrido España en democracia. Y digo zafia y grosera y tosca porque el trío Ábalos-Cerdán-Koldo en sí mismo representa no solo la presunta corrupción, sino la más chabacana y ruda. No faltan las mordidas, pero tampoco las mujeres usadas como objetos. De momento no ha dimitido el presidente del Gobierno. ¿Lo hará? Yo he llegado a la conclusión de que al presidente nada le importa. Solamente él mismo. Tiene rasgos similares en su carácter con otro jerarca, aquel Manuel Estrada Cabrera que había inspirado a Miguel Ángel Asturias para escribir El señor presidente. Sánchez no es un dictador como el que fuera sátrapa de Guatemala entre 1898 y 1920. Sin embargo, su afán por «levantar un muro» (es una expresión de Sánchez) entre los del lado correcto de la historia y el resto definen al guatemalteco y al español. Estrada Cabrera comenzó con el muro. Pero terminó eliminando toda oposición al controlar la Justicia, el poder legislativo y el resto de instituciones del Estado. Cuando puedan, lean a Miguel Ángel Asturias. La novela es excelente.
El señor presidente se adscribe al género de novelas de dictador, muy prolífico a lo largo de la historia. Uno de los nuestros, tal vez el mejor, es el autor de Tirano Banderas, otra novela imprescindible. Valle-Inclán se inventa una tierra y un autócrata al que llama Santos. Santos Banderas, que manda y ordena en Santa Fe de Tierra Firme, una nación creada por la imaginación del gallego, tal vez el mejor, reitero. Si hoy viviese el maestro, escribiría otro esperpento.
Vienen más Santos a mi memoria, casi con desconcierto, como si mi mente estuviese fragmentada. Fragmentada por el estupor que me produce todo lo que sufrimos, padecemos y soportamos en esta España deteriorada: pasto de la corrupción más vulgar y pretenciosa. Quizá nos lo merecemos. Somos, en política, lo que votamos. Y en España se ha votado mal en la última década. Dejémoslo. Y centrémonos en el título de la columna. Pertenece a la filmografía de Enrique Urbizu. Fue protagonizada, en papel superior, por José Coronado. Él es Santos Trinidad, un policía sin escrúpulos, perverso y cruel. Acaba mal. Pero no les voy a contar el final. Porque los finales son muy difíciles de describir. Incluso son imposibles de imaginar. Santos Banderas, Santos Trinidad, Santos Cerdán. El último comienza hoy una andadura que no sabemos dónde terminará. Quizá enredado en el título de esta columna: no habrá paz para los malvados. Así sea.