Europa como refugio

Rafael Pampillón Olmedo PROFESOR EN IE BUSINESS SCHOOL Y EN LA UNIVERSIDAD CEU SAN PABLO

OPINIÓN

MABEL R. G.

02 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El mundo está cambiando. En lo que va del 2025, el dólar estadounidense ha perdido un 15 % de su valor frente al euro. Esta depreciación del dólar no llega por sorpresa. Responde a una combinación inquietante de factores, como el déficit fiscal del Gobierno de Trump, el deterioro institucional en EE.UU., y una creciente desconfianza sobre su liderazgo económico.

Europa, con todos sus defectos, aparece como una zona de más estabilidad que Estados Unidos. Sí, su crecimiento es modesto, su integración fiscal lenta, y la burocracia agotadora. Pero cuando el entorno mundial se vuelve incierto, uno empieza a valorar más la previsibilidad, la continuidad institucional y un marco que, sin ser perfecto, al menos no cambia de rumbo cada cuatro años.

Un euro más fuerte no solo es un símbolo. Tiene consecuencias prácticas: las importaciones son más baratas, la inflación se contiene mejor y los activos europeos están ganando atractivo. Los inversores no lo dicen en voz alta, pero lo están demostrando con sus decisiones: muchos están buscando seguridad en Europa.

Porque el euro ya no es esa joven promesa que despertaba más dudas que certezas. Poco a poco se está consolidando como una moneda de reserva. ¿Destronará al dólar? Difícil, al menos a corto plazo. Pero el mero hecho de que hoy podamos hacernos esa pregunta en serio ya dice mucho.

La Reserva Federal sigue siendo una institución seria, sí. Pero su independencia está sufriendo presiones que hace unos años habrían sido impensables. Mientras tanto, el Banco Central Europeo ha ganado peso. Christine Lagarde, con su estilo sobrio pero firme, lo ha sabido guiar por aguas turbulentas, sin perder el timón.

La política económica de Trump —esa mezcla de proteccionismo nostálgico y agresividad fiscal— está teniendo coste muy alto: la caída de la confianza internacional, fuga de capitales y una sensación de inestabilidad que preocupa incluso a los más fieles defensores del modelo americano.

Fondos de pensiones y de inversión están trasladando activos a Europa. Y lo mismo ocurre con el talento: cada vez más investigadores, ingenieros o académicos están optando por entornos jurídicos más estables. Porque, seamos sinceros, nadie quiere trabajar en un país donde las reglas del juego cambian a golpe de tuit.

Lo más preocupante, sin embargo, es la erosión institucional. Hoy está en entredicho la separación de poderes, la independencia del poder judicial, el papel del Congreso, la libertad de expresión y de manifestación y los organismos internacionales, como la OMC. Todo eso que durante décadas fue la columna vertebral del modelo estadounidense. Y sin instituciones sólidas, como bien recuerdan Acemoglu y Robinson, no hay economía que aguante el paso del tiempo.

Que nadie se confunda, Europa no es un paraíso. Sus desafíos son serios: envejecimiento, insuficiencia energética, rigidez regulatoria, dependencia tecnológica. Pero, frente a una economía estadounidense desgastada, la Eurozona ofrece un grado de cohesión y madurez que empieza a marcar la diferencia. La unión bancaria avanza —con paso lento, pero firme— y los fondos europeos han demostrado que, cuando se quiere, se puede actuar de forma coordinada.

Hoy el euro es una moneda que inspira confianza. Su estabilidad, su creciente peso como activo de reserva y su consolidación en los mercados financieros refuerzan su papel como referencia internacional. No sustituirá al dólar de un día para otro, pero ya no se percibe como una divisa frágil.

En lo geopolítico, Europa parece hablar en voz baja. Pero la fortaleza de una moneda no se mide solo por su crecimiento económico o por sus exportaciones. También se mide por la confianza que genera y por la responsabilidad que asume. Y, en eso, el euro ha empezado a crecer.

Durante casi un siglo, el dólar ha sido el eje del sistema financiero internacional. Desde los acuerdos de Bretton Woods en 1944 hasta el presente, ha concentrado poder económico, tecnológico, político y militar. No hablamos de un colapso inminente, sino de un proceso (lento pero constante) de redistribución del poder económico global.

El euro, aún con sus limitaciones, emerge como una respuesta racional al repliegue estadounidense. Una transición hacia un mundo más plural. En el que el liderazgo ya no se ejercerá por acumulación de poder, sino por capacidad de gestión, fiabilidad institucional y coherencia estratégica.

En este nuevo escenario, Europa tiene una oportunidad. Pero también una responsabilidad: consolidar su unión fiscal, proteger su cohesión social, avanzar tecnológicamente y asumir el liderazgo que un mundo incierto y fragmentado ya empieza a demandar. ¿Puede parecer ambicioso? Tal vez. Pero hoy esa ambición empieza a parecer más un objetivo alcanzable que una utopía.