
La segunda quincena de julio, por el Carmen, comienzan las vacaciones de verano más deseadas. Antaño se situaba de 15 a 15 la cartografía esencial del mapa del corazón del estío. Su atlas del tiempo de lecer lo dejó escrito Cesare Pavese en su libro El bello verano que recoge las claves de una etapa vital inolvidable, como son las vísperas del inicio del viaje vacacional para quienes regresamos unas semanas a disfrutar del paisaje, de los amigos, de los recuerdos de la tierra que nos vio nacer.
Volvemos con la mirada que busca los caminos recorridos, recuperamos el olor a sal y yodo de la mar vecina mayor de nuestro lugar de origen, y ubicamos los recuerdos remotos, quizás inventados pero guardados a buen recaudo en el baúl virtual donde creció nuestra fantasía. Volver es encontrarnos con la casa que guardó todas las llaves que abrían nuestra adolescencia, es recuperar la noche sentado en una terraza del malecón mientras coleccionamos estrellas fugaces. Nada hay tan anhelado como el disfrute de julio y agosto, jornadas festeras que siembran el mapa del territorio gallego de verbenas, fiestas del patrón y de los días grandes tejidos en el telar de la memoria. Tardes anochecidas «na costa verdescente», como un himno cantado a coro con Pondal de maestro de ceremonias en un país «do seu verdor cinguido», desde donde divisamos como pueblo el «confín dos verdes castros». En verano la noche se obstina en no llegar hasta que el sol que no se pone nunca se acuna en una nube azul como en un poema de Rubén Darío. Escribo estas líneas desde el lugar que me vio crecer y en donde tengo anclado el risón de mi vida entera. Un año más regresé a donde solía. Estoy con los míos, con los presentes y con la memoria compartida de los ausentes, los que se han ido al verano eterno que está al otro lado del río. Recupero las conversaciones pospuestas, narro con derroche de palabras inaudibles el relato de lo que no he podido comentar con mis camaradas, con aquellos amigos que ya no están, paseo las calles que circundan el paisaje y mis pies caminan las playas y se dejan acariciar por unas olas novicias que mueren en la orilla. Constato mi llegada, me recibe el pueblo con una cómplice y cordial mirada y ambos sabemos que ya es verano na costa verdescente.