La escisión en la vida de Mann
OPINIÓN
Según expone el biógrafo, Hermann Kurzke, Thomas Mann, en la víspera de su 77 aniversario, sella sus diarios con una nota en inglés: «Sin valor literario, pero no debe ser abierto por nadie hasta veinte años después de mi muerte». Textos en los que se pregunta: «¿Por qué escribo todo esto? ¿A fin de destruirlo a tiempo, o es que deseo que el mundo me conozca?» Para Kurzke, el escritor cree que solo podría ser amado por la posteridad como el hombre apasionado que fue; así, tuvo que mantener un difícil equilibrio entre contrarios que no fueron más que expresión de la escisión que reconoce en su propia alma.
Thomas Mann arrastró la exigencia de moverse entre la vocación artística heredada de su madre y la austeridad protestante del padre; la atracción juvenil por los cuerpos masculinos y la burguesa conveniencia de formar una familia; la pugna por abrirse camino como escritor tras las huellas de su hermano mayor; la tensión entre las tendencias homosexuales que debían integrarse en el afán de pureza; el deber de vivir, frente a un inconfesable rechazo a la vida; la creencia de que alguien como él no debía tener descendencia, cuando fue padre de seis hijos; su condición de apátrida en el exilio; las profundas convicciones que le llevaron a integrar el significado de las contiendas bélicas en una concepción profunda, incluso mística, de la realidad; la división en su casa al mostrar preferencia por unos hijos frente a los otros; el afán por alcanzar éxito , y, a la vez, confesar que eso no significa nada frente a la pasión. En sus diarios habla del que será su último amor: Franzl Westermaier, un camarero que conoció en el hotel Dolder de Zurich: «La fama universal me resulta trivial, pero ¡qué peso tan inexistente tiene frente a una sonrisa suya, frente a la mirada de sus ojos, la dulzura de su voz!»
Entre la adolescencia —cuando se sintió atraído por su compañero Armin Martens—, hasta la experiencia con Franzl, escribió más de cien mil páginas en las que se sirvió de todo el material de la vida con el fin de convertirla en obra arte, consciente de que ninguna historia de la literatura podrá dar cuenta de los momentos esenciales. Pronto supo que los destellos de la diosa belleza penetran los cerebros sin discernir principios morales y que lo artístico tiende al abismo. Según su biógrafo, la elocuencia que ha mostrado no es más que una cáscara exterior que envuelve un silencio primigenio, cuya naturaleza es erótica. Es difícil para Mann establecer una diferencia entre la gran escisión, ya que la vida y la muerte, para él, forman parte del mismo misterio.