Mientras ahí fuera la temperatura del escándalo revienta los termómetros, Cristóbal Montoro andará por su casa como Perico de los Palotes. ¿O no? ¿Cómo de arrepentido y cabizbajo anda el exministro tras conocerse el alcance de sus fechorías presuntas?
En casos tan deprimentes como este hay, primero, un plano social y ético del problema. Nos asquea recordar la doctrina montorista del 2013 cuando España se desangraba, el ministro decía que «la mayoría de los españoles vive por encima de sus posibilidades» y detrás retorcía leyes y voluntades para ahorrarles mil millones a los de siempre. Y cobrar un pastón por hacerlo, claro. Por no hablar del uso mafioso del control tributario, con investigaciones a niñas de tres años y amenazas de macarra barato.
Pero hay también una dimensión mental de la cuestión que trasciende la historia de estos días y conecta al ministro de Rajoy con una estirpe. Y por ahí nos encantaría entrar en la cabeza de este señor para comprobar de qué sustancia está hecho su entendimiento y su sentido del honor, escarbar, no sé, en su materia gris para comprobar si es ella la que explica lo que hacía. Resultan fascinantes esos seres capaces de disociarse hasta el punto de convertirse en dos para conseguir lo que desean, sea pasta, sexo o una vida de ministro doble, como los agentes de la guerra fría. La herramienta siempre es la mentira y un talento pasmoso para convivir con ella sin sentir siquiera un leve respingo de remordimiento. Cómo será vivir sin esa voz. Siempre que comparecen tipos así me acuerdo de El adversario y de Carrere, capaz de viajar al corazón de las tinieblas de Jean Claude Romand, toda una vida entregada a la mentira que acaba en un baño de sangre. ¿Qué estará haciendo Montoro a estas horas? ¿Vivirá arrepentido?